El fuego de Prometeo
La humanidad no aprendió la lección sencilla que el acto heroico portaba en sus entrañas: si no sabes usarlo el fuego te quemará. Los jóvenes arden en la Tierra. Quizá los dioses tenían razón. La humanidad nunca sabría apreciar el regalo de Prometeo y por ello merece un castigo.
La humanidad no aprendió la lección sencilla que el acto heroico portaba en sus entrañas: si no sabes usarlo el fuego te quemará. Los jóvenes arden en la Tierra. Quizá los dioses tenían razón. La humanidad nunca sabría apreciar el regalo de Prometeo y por ello merece un castigo.
Se llama Prometeo. Es el ser más hermoso, intrépido y listo de todos. No es un hombre, es un titán y desconoce el impulso que en la Tierra denominan miedo, por ello ha retado a los dioses y va a robarles su secreto. Prometeo ha oído antiguas leyendas y sabe que guardan lejos del entendimiento de los hombres el arma más peligrosa que ningún ser imaginó jamás. Lo llaman fuego y centellea desafiante en la cima del Monte Olimpo, desde donde los dioses tiranizan a los simples e ignorantes mortales que nunca comprenderán el poder de sus hipnóticas llamas. El fuego es peligroso porque va a iluminar la Caverna y los hombres verán la esclavitud infringida por los dioses. Se rebelarán, saldrán a los campos y ya no necesitarán la guía de sus voces paternales. ¡Serán libres!
Prometeo ha robado el fuego y se lo ha entregado a los hombres. Pero los dioses son más bellos que él. Y más soberbios. El todopoderoso Zeus castiga su osadía. Como el titán es inmortal, la tortura será eterna. Pero su sacrificio no es vano porque gracias a él la humanidad es más valiente, más poderosa, más sabia. Con el fuego los hombres crean armas, construyen ciudades, cocinan corderos, pescados y aves. Con el fuego robado la humanidad fabrica barcos que la conduce a tierras lejanas donde levanta rascacielos y sobrevuela envanecida el Olimpo, dejándolo atrás para pasearse eufórica por la luna.
Eso ocurrió hace mucho tiempo. Hoy la humanidad ha perdido el fuego. En sus casas ya no cocina los alimentos sobre brasas. Ya los ancianos no relatan la historia de Prometeo alrededor de hogueras destellantes y los jóvenes desconocen el significado atávico de las llamas. Los hombres han perdido el significado del fuego, pero no los instintos y salen a la calle en un intento desesperado por recuperarlo. Los jóvenes se angustian porque no saben con qué fin se lo regaló Prometeo. Y en la búsqueda de una alquimia olvidada convierten el fuego en un arma mortífera contra sí mismos. Enrabiados, lo lanzan contra otros jóvenes que reciben el antiguo sacrificio con odio. El fuego, que los liberó un día de la tiranía de los dioses, ha enloquecido a los hombres.
La humanidad no aprendió la lección sencilla que el acto heroico portaba en sus entrañas: si no sabes usarlo el fuego te quemará. Los jóvenes arden en la Tierra. Quizá los dioses tenían razón. La humanidad nunca sabría apreciar el regalo de Prometeo y por ello merece un castigo. El cielo está despejado, tocamos el fuego con nuestras manos, abandonamos el siniestro abismo de la caverna. Y sin embargo, seguimos viviendo en sus más tenebrosas y oscuras profundidades. Eternamente. Mientras, al mirar hacia arriba, observamos al águila devorando el hígado de Prometeo.