Planeta en Barcelona
Las grandes editoriales son grandes negocios y los grandes negocios son grandes tumbas floridas, piscinas del amor tasado. Los que sangramos por la letra (los que robábamos libros, los que soñábamos libros, los que dábamos viento desnudo a las librerías y hablábamos de Hölderlin a novias maravillosas) lo sabemos todo sobre las editoriales grandes, medianas y pequeñas. Les dimos nuestros viernes por la tarde y nuestros domingos de provincias, y ellas siempre nos fallaron.
Las grandes editoriales son grandes negocios y los grandes negocios son grandes tumbas floridas, piscinas del amor tasado. Los que sangramos por la letra (los que robábamos libros, los que soñábamos libros, los que dábamos viento desnudo a las librerías y hablábamos de Hölderlin a novias maravillosas) lo sabemos todo sobre las editoriales grandes, medianas y pequeñas. Les dimos nuestros viernes por la tarde y nuestros domingos de provincias, y ellas siempre nos fallaron.
Las grandes editoriales son grandes negocios y los grandes negocios son grandes tumbas floridas, piscinas del amor tasado. Los que sangramos por la letra (los que robábamos libros, los que soñábamos libros, los que dábamos viento desnudo a las librerías y hablábamos de Hölderlin a novias maravillosas) lo sabemos todo sobre las editoriales grandes, medianas y pequeñas. Les dimos nuestros viernes por la tarde y nuestros domingos de provincias, y ellas siempre nos fallaron.
(Esta semana hacía yo tiempo en El Corte Inglés y me acerqué a la sección de libros. Allí encontré, varados, dos volúmenes de Bukowski. ¿Bukowski en El Corte Inglés? Quizás un símbolo de que hemos ganado o de que hemos sido derrotados para siempre).
Tardes de noviembre, novias maravillosas. ¿Qué sabían las editoriales, las enormes editoriales de nosotros? El total vagabundaje, unos poemas de Salinas o de Carlos Edmundo d’Ory. Un amor furtivo y desesperado, una tristeza clamorosa, como sólo puede ser la tristeza a los veinte años.
Uno se ha hecho hombre leyendo cualquier cosa, de manera desordenada y enfebrecida, leyendo como quien se entrega a la plegaria, escribiendo con el culo al aire, abanicando el alma con la corbata de Lord Byron. Mal casa todo esto con las patrias y los grandes negocios (que vienen a ser una y la misma cosa). Hay al parecer multitudes entusiasmadas, multitudes meridianas, felices porque va a aparecer una nueva frontera no muy lejos del Ebro. La idiotez de todo esto le desmantela a uno.
La cultura nunca existió, la Gran Cultura Europea nunca existió: son sólo fantasmas del mismo poder que levanta las patrias y los grandes negocios (que son una y la misma pirámide). Sólo nosotros hace tiempo existimos fugazmente, en una hora hermética y violenta, rozando la santidad de una página solitaria, tristes como solo se puede a los veinte años, deslumbrante, apoteosicamente tristes.