Lluvia que no moja

Lo último en arte moderno es la lluvia que no moja. La insólita experiencia puede vivirse en Los Ángeles, donde hay cosas mucho más interesantes que visitar que semejante sandez, créanme.

Lo último en arte moderno es la lluvia que no moja. La insólita experiencia puede vivirse en Los Ángeles, donde hay cosas mucho más interesantes que visitar que semejante sandez, créanme. Si Albert Hammond aseguraba que «nunca llueve al sur de California», ahora el Museo LOCMA ha logrado que allí diluvie, pero sin necesidad de que el público se cale, aunque carezca de paraguas.

Ir a un Museo a ver llover es como ir a un burdel a que te den un abrazo. Aún así, no le niego a la iniciativa su capacidad de retratar esta sociedad de consumo de leche sin lactosa, dulces sin azúcar y cerveza sin alcohol. Los estantes de los supermercados ofrecen nata desnatada, té desteinado y mantequilla desgrasada. Y hasta es posible ya pedir en un bar un café descafeinado con leche desnatada y sacarina sin que el camarero te mande a hacer puñetas inmediatamente.

Restarle a los alimentos sus propiedades naturales tiene mucho que ver con estudios como el que recientemente ha concluido que desayunar una tostada con jamón es un suicidio. La OMS advierte: vivir mata. Según la organización que vela por nuestra salud tanto como por nuestro aburrimiento, tras jalarse un plato de jabugo, acompañado por un buen vino y entregarse después al sexo, rubricado por el cigarrito de rigor, uno no puede decir «esto es vida», sino «esto es muerte». No sé a ustedes. A mí me cuesta imaginar un modo mejor de irme al otro barrio.

Cuando lo artificial se reivindica natural nada es lo que es. Como esto siga así, a la lluvia que no moja le seguirá el sol que no calienta y dejará fríos al banquero generoso, al tertuliano prudente, al político sincero o al Pujol honrado.