Quedaron los fardos

La cuenca del lago Chad es una región del Sahel a la que la pobreza y la sequía martirizan día sí, día también. Y si a esto añadimos el estado de emergencia decretado por el Gobierno por ser principal punto de entrada de Boko Haram, la miseria dio de lleno en la diana.

Cuando fue descubierto en 1823 por los europeos era uno de los mayores lagos del mundo, la salvación para la pesca y la agricultura. De  26.000 km² en los años 60 a apenas 900 km². Y todo apunta a que ese punto de riqueza, que en Europea despreciamos porque creemos nos sobra, morirá dentro de poco, en apenas dos décadas. Pero si esa fuera la única lacra de Chad. 

La cuenca del lago es una región del Sahel a la que la pobreza y la sequía martirizan día sí, día también. Y si a esto añadimos el estado de emergencia decretado por el Gobierno por ser principal punto de entrada de Boko Haram, la miseria dio de lleno en la diana. El presidente nigeriano prometió acabar con ellos, pero la realidad es mucho más complicada que la fuerza momentánea de las palabras.

Ahora el terror pasa por vigilar que a los mercados no entren mujeres ni niñas sin ser registradas, aunque se trate de la aldea más humilde del país. Miles de jóvenes deambulan sin futuro, el caramelo perfecto para terroristas. Nigeria, Chad, Camerún, Niger. Los grandes olvidados. Aunque acordaron hace unos meses crear una fuerza multinacional de casi 9.000 efectivos para luchar contra el grupo terrorista, de poco ha servido. Al menos 2,5 millones de personas huyen del infierno, según las últimas cifras de la ONU. 

Son pocos los que consiguen hablar de lo que allí se vive cada día. Los hay valientes, como Makaila Nguebla, periodista perseguido por el Gobierno de Chad por luchar por la libertad y la democracia.  Los que saben lo que es estar rodeado de regímenes totalitarios, de los que Occidente nunca habla. Solemos hablar de África en su totalidad. Nos olvidamos de los países que componen al continente siempre olvidado. Siempre amenazado. Hay niños que nacieron corriendo. Los fardos coronan los cuerpos cansados en busca de la lógica. Y nos da igual.