Un Dios para los yihadistas
Ahora que parece que a Occidente se nos va acabando el zumo de arándanos y las películas de Sharon Stone, volvámonos hacia Oriente y ofrezcamos algo de nuestras preciosas cosechas minoritarias. La literatura nunca se ha llevado bien, al fin y al cabo, con el estruendo y la bobería de masas.
Ahora que parece que a Occidente se nos va acabando el zumo de arándanos y las películas de Sharon Stone, volvámonos hacia Oriente y ofrezcamos algo de nuestras preciosas cosechas minoritarias. La literatura nunca se ha llevado bien, al fin y al cabo, con el estruendo y la bobería de masas.
Los queridos yihadistas harían bien en encargar un ejemplar de la última novela de nuestro Román Piña Valls y correr con el libro bajo el brazo entonando un último aleluya. Sólo el título, “Y Dios irrumpió de buen rollo”, ya justificaría el viaje. Allí encontrarán la vieja y muy maltratada idea de un Dios Humorista, el Supremo Tejedor de Ironías. Uno sospecha que el dios de los yihadistas, antes que un odiador o un destructor, es un aburrido, un redundante, una pura cáscara.
Cualquiera que haya tratado en serio con la Providencia de Dios sabe que la muy puñetera es juguetona: nos enreda, nos danza como el viento de abril nos danza y despeina, como un niño pequeño nos revuelve de manera salvaje y feliz las cajoneras. Nos lleva por el buen camino, la Providencia, pero trepando a todos los árboles y pisando todos los charcos, permitiendo espléndidos batacazos. Pues sólo hay una lección que tenemos que aprender, una única lección: que somos una pandilla de engreídos pedantes y que mejor haríamos en descalzarnos, dar las gracias y correr a los columpios.
“Y Dios irrumpió de buen rollo”: los yihadistas encontrarían, bajo tres o cuatro niveles de trama de farsa política, la aventura de la búsqueda de la santidad dentro y fuera de los muros de un convento sacudido por todos los tsunamis de la tempestad social que habitamos: la búsqueda y hallazago de la santidad que es desnudez, del sentido que es belleza siempre viva.