¡Feliz Navidad! (Sí, sí, ¡feliz Navidad!)
Todo tiene su parte buena. Los de Boko Haram, que son los más bestias de los bestias, a nivel mundial, han conseguido que un millón de chavales tengan vacaciones anticipadas de Navidad. Ya me hubiera gustado a mí cuando era crío. No me hubiera gustado la causa, pero sí el efecto.
Todo tiene su parte buena. Los de Boko Haram, que son los más bestias de los bestias, a nivel mundial, han conseguido que un millón de chavales tengan vacaciones anticipadas de Navidad. Ya me hubiera gustado a mí cuando era crío. No me hubiera gustado la causa, pero sí el efecto.
Los dos chavales, cogidos por el hombro y con la mano en la cintura, yéndose a casa. ¡Hoy no hay clase! ¡Podemos poner el belén!
Allí van, felices. Felices, porque van por el camino de la verdad. A poner el belén, la Virgen, San José, el Niño, la mula y el buey, los pastores y, allá a lo lejos, los Magos.
Cuando han salido de casa esta mañana, los dos pensaban en estudiar, en hacerse hombres de provecho…
Y, de repente, bombas. Y miedo. Y pensar que todo se hunde.
Y, otra vez de repente, cariño. El pequeño se agarra al mayor. El mayor agarra al pequeño. Los dos se protegen. De las bombas y de la brutalidad.
Porque es Navidad. Y en Navidad hay que quererse, porque Dios nos quiso y se hizo Niño por nosotros. Para nosotros.
No sé lo que pensarán los dos críos cuando van andando, bien cogidicos, hacia una calle que quizá está ahí, pero que no se ve, porque unos cuantos ceporros la han llenado de humo.
Pero los dos niños van adelante, hacia el portal. Quizá no lo saben. Pero allí van.
¡Gracias, niños!
¡Feliz Navidad a vosotros dos!
¡Y a todos los demás!