El cine políticamente correcto
Pocas cosas quedan en la sociedad en que vivimos que no hayan sido manoseadas por lo políticamente correcto. Desde la forma de hablar hasta los cargos públicos, la cultura de lo políticamente correcto se pasea sobre nuestras cabezas dispuesta a caer como espada de Damocles ante quien ose no ya discrepar, sino simplemente cuestionar la ligereza intelectual de su discurso. Lo políticamente correcto lleva años siendo esa línea roja que jamás, jamás uno podrá cruzar si quiere seguir vivito y coleando. Atrévete a cruzarla y serás tildado al momento de sexista, racista, homófobo, fascista, retrógrado o, dependiendo del candor de la conversación, de asesino o genocida, nada menos.
Pocas cosas quedan en la sociedad en que vivimos que no hayan sido manoseadas por lo políticamente correcto. Desde la forma de hablar hasta los cargos públicos, la cultura de lo políticamente correcto se pasea sobre nuestras cabezas dispuesta a caer como espada de Damocles ante quien ose no ya discrepar, sino simplemente cuestionar la ligereza intelectual de su discurso. Lo políticamente correcto lleva años siendo esa línea roja que jamás, jamás uno podrá cruzar si quiere seguir vivito y coleando. Atrévete a cruzarla y serás tildado al momento de sexista, racista, homófobo, fascista, retrógrado o, dependiendo del candor de la conversación, de asesino o genocida, nada menos.
Estados Unidos se ha ido despeñando en las últimas décadas por esa colina de lo políticamente correcto. Así, un derecho fundamental como la libertad de expresión, por la que tantos han luchado y perdido sus vidas defendiéndola, lleva años siendo amenazada, cercenada, en constante jaque por los acólitos de esta nueva religión de lo políticamente correcto. Por paradójico que parezca a muchos, quizás sea en las universidades ―en las cuales la discusión y el forcejeo intelectual debería de ser la norma― donde esta nueva policía del discurso ha ganado inmensa fuerza. En la mayoría de las universidades americanas se han impuesto códigos que regulan la libertad de expresión de acuerdo con lo que es políticamente correcto decir. Es una amenaza que no viene de fuera, impuesta por extremistas que quieren dinamitar nuestras libertades, sino desde dentro, desde una generación que ha crecido creyendo no tanto en el derecho a la libertad de expresión, sino en un derecho a no escuchar cosas que puedan llegar a ofenderles, o como dicen cursimente, a herir sus sensibilidades. El ridículo ha llegado a tanto que se ha incluso intentado censurar en el campus ‘El gran Gatsby’, por tener ciertas escenas envueltas en violencia misógina, dicen ellos. Las artes perseguidas por la policía de lo políticamente correcto.
El arte debería siempre ser la máxima expresión de la libertad, sea en la literatura, la pintura o el cine. La pataleta de Spike Lee ―que desde ‘25th hour’ se ha echado a perder―, tildando a la academia de los Oscars de racista, es otra proclama de esa dictadura de lo políticamente correcto. Son seis mil los responsables de elegir las películas y actores que se nominan para los Oscars, parece difícil creer que todos ellos voten desde el racismo. Es más, muchos de los nominados y ganadores de los últimos años son latinos y, en los últimos veinte años, los actores negros que han ganado forman el 13% del total, igual al porcentaje de la población negra americana. Da pena pensar en el siguiente actor negro que gane el Oscar, porque siempre tendremos la duda de si lo habrá conseguido por mérito o por cuota. Además, hay cosas mucho más trascendentes en las que centrarse en esta gala: que le den el Oscar a Leonardo di Caprio de una vez por todas.