La peste que faltaba
Corren vientos de Apocalipsis, que quiere decir “revelación”. Se entiende, la última. Se desparraman por la Tierra los cuatro jinetes: la guerra, el hambre, la muerte y la peste. Se nos hizo creer que la peste final iba a ser el ébola. Pero, no. La peste verdadera va a ser la del mosquito zika, que nadie sabe qué es, ni de dónde viene, ni qué efectos produce. De momento, aterroriza, como todo lo desconocido. Mucho me temo que se vaya a cargar los juegos olímpicos de Brasil. Eso pasa por no haberlos traído a Madrid. Aunque no sé si en España tendremos este verano la otra versión de la peste: el mosquito tigre.
Corren vientos de Apocalipsis, que quiere decir “revelación”. Se entiende, la última. Se desparraman por la Tierra los cuatro jinetes: la guerra, el hambre, la muerte y la peste. Se nos hizo creer que la peste final iba a ser el ébola. Pero, no. La peste verdadera va a ser la del mosquito zika, que nadie sabe qué es, ni de dónde viene, ni qué efectos produce. De momento, aterroriza, como todo lo desconocido. Mucho me temo que se vaya a cargar los juegos olímpicos de Brasil. Eso pasa por no haberlos traído a Madrid. Aunque no sé si en España tendremos este verano la otra versión de la peste: el mosquito tigre.
Es toda una lección de humildad para nuestras creencias progresistas. La mayor parte de las enfermedades que nos aquejan las habían catalogado ya los antiguos griegos. No se ha erradicado ninguna; solo la viruela, aunque la cepa se guarda, por si se le ocurriera volver. Encima han aparecido dolencias nuevas: las enfermedades degenerativas, el sida, el ébola, la enfermedad del legionario, el zika. Diríase que son una especie de protesta reactiva de la evolución. Es una desmesura progresista la idea de que pueden erradicarse las enfermedades. La última gran peste fue la de la “gripe española” (vaya por Dios) de 1918. Murieron más españoles por unidad de tiempo que en la guerra civil de 1936. También llegó en medio de una profunda crisis. Es la teoría de los cuatro jinetes apocalípticos, que siempre cabalgan juntos.
En el pasado solo quedaba una salida antes las epidemias: aislarse en el campo. Recordemos el “Decamerón”. También se retiró al campo Miguel de Cervantes a principios del siglo XVII, huyendo de una mortífera epidemia que atacaba a las ciudades. Ahora resulta imposible. A no ser que diseñen unos arcos en los aeropuertos que detecten armas y mosquitos.