Los Gulags de hoy
No hay voces que resuenen con más fuerza y con más altura moral que aquellas de las víctimas del totalitarismo nazi y del terror comunista. Son los testimonios esenciales del siglo XX, los únicos textos que uno debería leer si no va a leer nada más el resto de su vida. Son voces que surgieron de las horas más negras de la humanidad, de un sufrimiento prácticamente indecible, pero que se alzaron para contar lo que todos deberíamos saber y jamás deberíamos olvidar.
No hay voces que resuenen con más fuerza y con más altura moral que aquellas de las víctimas del totalitarismo nazi y del terror comunista. Son los testimonios esenciales del siglo XX, los únicos textos que uno debería leer si no va a leer nada más el resto de su vida. Son voces que surgieron de las horas más negras de la humanidad, de un sufrimiento prácticamente indecible, pero que se alzaron para contar lo que todos deberíamos saber y jamás deberíamos olvidar.
Son muchas las voces poderosas que dejaron constancia a través de la literatura del fracaso del ser humano, como Levi, Solzhenitsyn, Delbo, Wiesel o Imre Kertész. Sus escritos tienen la profundidad moral de quienes vivieron la cosificación de sus vidas en los campos nazis y en los gulags soviéticos. Otras voces fueron más analíticas, una inmersión ensayística en las entrañas del mal, como en el caso de Viktor Frankl o Jean Améry. Hay voces más débiles, quizás sin la confianza del escritor ante el abismo, pero que surgen del deseo verdadero e irrefrenable de contar lo vivido y que conmueven nuestros corazones con una claridad, una sinceridad y una sencillez que contrasta con la brutalidad del estruendo genocida del siglo pasado. Ana Frank, Odette Elina, Walter Ciszek son solo algunos de los héroes a los que uno no puede dejar de volver.
Con todo, al intentar revivir nuestro pasado común leyendo estas obras y muchas otras de igual calado, entre la admiración sin paliativos y el horror y desasosiego que producen, está la distancia que dan los años, que en cierto modo nos produce una sensación de alivio un tanto egoísta. Cambió el siglo, y por por muy necesario que sea este recuerdo hercúleo y trascendental, no deja de ser el pasado.
Pero la misma brutalidad incomprensible que mató a millones en la crueldad de los campos de concentración del siglo pasado está presente, hoy y ahora, en Corea del Norte. Hay decenas de campos en funcionamiento a lo largo y ancho del país, con centenares de miles de prisioneros. Las torturas, las ejecuciones, los trabajos forzados, el hambre endémica son el presente, el día a día, de los cautivos en los gulags de hoy. Los testimonios de aquellos que pudieron huir, Lee Soon-ok, de Kang Chol-hwan o de Shin Dong-hyuk, entre otros, son las nuevas voces que, ahora más que nunca, han de resonar con fuerza, las voces que jamás deberíamos dejar de oír.