Dos obras de arte

El propietario del negocio de automóviles de Filadelfia debe estar que trina. Que tengas un negocio y se te queme es muy desagradable. Digo «es» y no «debe ser» porque lo sé de primera mano. Cuando hace año y medio mi mujer y yo llegamos una tarde a nuestra casa en Barcelona y vimos que se estaba quemando, no nos hizo ninguna gracia.

La diferencia de lo nuestro con el incendio de Filadelfia es que allí ha quedado bonito. Llegaron los bomberos, echaron agua, y el agua se heló. Y quedó precioso y es una atracción turística. Como siga haciendo frío, se queda el hielo durante unos meses y el pobre dueño del negocio no vende un coche. Y no puede cobrar entrada porque el «monumento» está en plena calle.

El día de nuestro incendio, ya de noche, pudimos entrar en casa con dos bomberos. El piso, destrozado, caliente, negruzco, oliendo mal. Uno de los dos bomberos, el jefe, me dijo, señalando al otro: «este señor ha visto las fotos que usted tenía en su despacho y ha echado el agua de modo que no se estropeasen y usted no las perdiera». Efectivamente, todas las fotos se salvaron.

Me he acordado de aquello al ver lo bonito que ha quedado el negocio de Filadelfia. Pero cuando entro en mi despacho y veo cómo han quedado las fotos, comparo la obra de arte americana y la mía.

Es mucho mejor la mía, porque en Filadelfia se juntaron el agua y el frío y salió aquello por casualidad.

En mi casa fue distinto. El artista, en el momento teóricamente menos oportuno, decidió hacer una obra de arte.

Y le salió de maravilla.