La obviedad está dentro

Unos meses antes de que Neil Armstrong pisara la Luna, la tripulación del Apolo 10 sobrevoló nuestro satélite por la cara oculta durante una hora y el sistema de grabación recogió los comentarios de unos astronautas perplejos ante un sonido, similar a un silbido, que procedía del exterior de la nave ¿Resulta inquietante?

Imagínese ahora que por esos avatares del destino, usted ha salido del cascarón y vestido de un blanco radiante se adentra en la tarea de observar, tanto el paisaje como al paisanaje del entorno que le ha tocado en suerte, y que por esos avatares del destino(?) resulta que se llama España ¿Una coincidencia?

Ahora bien, tal vez podría tomarse una pausa, levantar la vista y fijar su mirada en dirección a la…¡efectivamente! porque es probable que tras unos días de atenta mirada a su alrededor haya empezado a estar algo confundido con tanto ir y venir de gentes poseídas por un ansia infinita de reuniones con ese, aquél y el de más allá. Usted habrá preguntado qué ocurre y como respuesta le han largado un solemne: “trabajamos por la gente, ciudadano, un igual o sujeto tributario”.

Pues imagine que ha tenido una correcta adaptación al ecosistema y ve como aquel traje blanco ha perdido su brillo, el ruido es casi insoportable y su vista vuelve a coger las de Villadiego en dirección a la Luna, porque lo que parecía insondable es sólo miseria ética, la celeridad no tiene más justificación que la de ocupar el mejor asiento y las sonrisas son el preámbulo del exabrupto.

No sé si la verdad continúa ahí fuera (Mulder y Scully han regresado con mucha coña terráquea) pero de lo que sí estoy seguro es de que en la Península ibérica y archipiélagos anexos reina la obviedad.