¿A quién insultas si te choca un Google Car?
Iba a 5 kilómetros por hora. Iba tranquilamente por su carril. Se detuvo con exquisita corrección cuando el semáforo se puso en amarillo. Cuando el semáforo cambió a verde, cambió de carril y en ese momento impactó suavemente contra un autobús que iba a 25 kilómetros por hora. Fue una escena histórica: era el primer choque de un Google Car, un coche autónomo, sin conductor, que el multifacético buscador de Internet acaba de introducir en el mercado.
Iba a 5 kilómetros por hora. Iba tranquilamente por su carril. Se detuvo con exquisita corrección cuando el semáforo se puso en amarillo. Cuando el semáforo cambió a verde, cambió de carril y en ese momento impactó suavemente contra un autobús que iba a 25 kilómetros por hora. Fue una escena histórica: era el primer choque de un Google Car, un coche autónomo, sin conductor, que el multifacético buscador de Internet acaba de introducir en el mercado.
El chofer del autobús se debe haber bajado de su vehículo hecho una furia. ¿Y con qué se encontró? Con el último grito de la máquina que reemplaza al ser humano. No había nadie a quien insultar, nadie con quien pelearse, nadie a quien recriminar.
La escena me causa escalofrío. Ya habíamos leído de robots sirvientes, limpiadores de pisos, cocineros, hasta amantes y compañeros. Pero quitarnos el derecho de pelearnos con el imbécil que cambió de carril sin mirar, mentar a su madre, su padre, augurarle muertes terribles o infiernos calcinantes es un derecho: el derecho a desahogarse. ¿Qué hacer cuando el que te embiste es un coche sin conductor, un don nadie?
La noticia incluye la reacción oficial de Google. La empresa admite que tiene “alguna responsabilidad” en lo sucedido. No es suficiente, de ninguna manera.
La vida ya está llena de voces maquinales que nos piden dulcemente esperar sin colgar el teléfono, que nos invitan a marcar una y otra vez números inconducentes. Nuestros días están llenos de páginas web que nos indican que rellenemos formularios y casilleros para al final indicarnos con frialdad que se ha producido un error y que hay que empezar otra vez de cero.
Los topetazos y las frenadas bruscas en la calle eran la última oportunidad para pelearnos con saña y con gusto ante un humano como nosotros. Otro energúmeno que también tiene ganas, necesidad de descargar su bronca ante el mundo.
Nos pasamos el día callando los insultos que se merecen tantos que nos rodean. No nos animamos. Nos acobardamos. Pero ante el volante, ante un desconocido, a ese chofer de autobús y a todos nosotros se nos despierta el valiente, el gritón, el salvaje que llevamos dentro. Queremos gritar, nos brota el insulto.
¿Y con qué nos topamos? Con un coche de Google que maneja solo. ¿A quién insultamos? ¿Qué hacemos con el grito que se nos sube a la garganta?
Es el colmo. Ya ni putear nos dejan.