La compasión y las musas

Leemos en la noticia que el 35% de las azafatas asegura haber tenido sexo a bordo (bien con pasajeros, bien con compañeros de trabajo). Son tiempos duros, tiempos para los que debería quedarnos alguna rebeldía que no consistiera en irse de marcha con muchachitas uniformadas.

Quizás la revolución auténtica consista en un grado de compasión. ¿Qué decía la canción de Paul McCartney? Toma esos ojos y aprende a ver, toma esas alas y aprende volar. Hay un vuelo posible, por encima de la idiotización colectiva, esa riada de hipocresía y falsedad que amenaza con sumirnos en un sopor de por vida. Podemos volar todavía, y quizás el truco consista en un grado de compasión.

Estamos, gracias al papa Francisco, en el Año de la Misericordia. Esas ninfo-azafatas mal arreglo tienen, si pasan los vuelos transoceánicos fornicando alegremente en todas direcciones. Deberían tener compasión de nosotros, esas chicas de altos vuelos (quizás haya un fetichismo sexual de los aviones, seguro que sí). Deberían tener compasión del mundo y asomarse a la ventanilla de las almas, deberían por una vez amar y ser amadas. Deberían aterrizar en Nueva Orleans y pasar la noche en garitos de blues, cantando como vagabundos felices, bailando con brazaletes en las muñecas y flores en el pelo.

Quizás la verdadera revolución vaya a tomar las calles un día y tenga la forma de un amor secreto, un exacto mapa de la realidad para amantes pacientes.

¿Queda algún poeta entre el público? Las musas exigen lealtad y si se les pide una palabra nos dicen: compasión. Ellas, que están completamente locas, adorablemente locas. Son tiempos duros para los poetas y para los profesionales de la aviación en general: ambos corren el riesgo de terminar estrellándose.