THE OBJECTIVE
Fernando Garcia Iglesias

Muerte y resurrección de la TV

La creímos muerta a la televisión. Asfixiada por la sobreabundancia de la telerrealidad y la falta absoluta de formatos innovadores y atrayentes. Durante la agonía, la televisión se convirtió verdaderamente en la caja tonta. No había más que un interminable ‘gran hermano’, programas que intentaban mostrar la realidad social en un escenario que todo lo distorsiona. Solo se buscaba la confrontación y la bronca, porque los insultos dan unas décimas más de audiencia en esta sociedad comatosa en perfecta sintonía con el encefalograma plano en alta definición. La telerrealidad reescribió la fama, y los deméritos y la bajeza crearon una legión de famosos, de ‘celebrities’, cuya única valía era ser más burdo que el de al lado ante la carcajada siniestra de los productores televisivos que meneaban las pesetas en sus bolsillos repletos y los millones que miraban sus programas como chicle para los ojos. Pero de esta escombrera moral e intelectual surgió la nueva edad dorada de la televisión.

Opinión
Comentarios
Muerte y resurrección de la TV

La creímos muerta a la televisión. Asfixiada por la sobreabundancia de la telerrealidad y la falta absoluta de formatos innovadores y atrayentes. Durante la agonía, la televisión se convirtió verdaderamente en la caja tonta. No había más que un interminable ‘gran hermano’, programas que intentaban mostrar la realidad social en un escenario que todo lo distorsiona. Solo se buscaba la confrontación y la bronca, porque los insultos dan unas décimas más de audiencia en esta sociedad comatosa en perfecta sintonía con el encefalograma plano en alta definición. La telerrealidad reescribió la fama, y los deméritos y la bajeza crearon una legión de famosos, de ‘celebrities’, cuya única valía era ser más burdo que el de al lado ante la carcajada siniestra de los productores televisivos que meneaban las pesetas en sus bolsillos repletos y los millones que miraban sus programas como chicle para los ojos. Pero de esta escombrera moral e intelectual surgió la nueva edad dorada de la televisión.

Del exceso y el agotamiento de la telebasura, surgió el arte. La primera gran expresión de esta búsqueda del arte mayor en la pequeña pantalla fue ‘The Wire’. Para muchos críticos el mejor programa de la historia de la televisión, nada menos. Un retrato dickensiano de la ciudad de Baltimore inmersa en la corrupción y en la decadencia. Profesores, policías, periodistas, trabajadores asalariados, vendedores de drogas, The Wire fue un caleidoscopio sin precedentes, una suerte de ‘Manhattan Transfer’ en Maryland, pero también un punto de inflexión en cómo hacer Televisión con mayúscula. Al mismo tiempo que se emitía The Wire, también lo hacía ‘The Sopranos’, otro hito artístico de las series televisivas. En los últimos años la lista se ha hecho afortunadamente muy amplia ―Lost, Breaking Bad, Game of Thrones, Mad Men, Homeland, Les Revenants, American Horror Story, The Man in the High Castle, House of Cards o Mr. Robot, por citar solo unos cuantos―, con shows de una calidad muy alta y consistente. Por no hablar de otro tipo de producciones, como las series documentales de la BBC sobre naturaleza de Sir David Attenborough, que han llegado a un grado de exquisitez cinematográfica extraordinario, y son emitidas siempre en horarios de máxima audiencia.

La última década ha sido el renacer de la televisión. Nuevos medios tecnológicos y arriesgadas e innovadoras maneras de narrar, cuidadísimos guiones y excepcionales actores y actrices han hecho que un público de millones en todo el mundo sientan más entusiasmo e impaciencia por el regreso de una nueva temporada de ‘House of Cards’ que por el estreno en la gran pantalla de lo nuevo de Spielberg. Creímos, desilusionados y abatidos, que la televisión había muerto. Larga vida a la televisión.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D