Dios
Creo que fue Berkeley quien se preguntó: ¿hace ruido un árbol, al caer en un bosque solitario? La existencia o no de los objetos más allá del espectador es una duda que ha mantenido ocupados a los filósofos durante siglos. Desde el idealismo hasta el constructivismo, pasando por el empirismo, los pensadores han tratado de desentrañar el misterio de la percepción, para goce de mis profesores de metafísica.
Creo que fue Berkeley quien se preguntó: ¿hace ruido un árbol, al caer en un bosque solitario? La existencia o no de los objetos más allá del espectador es una duda que ha mantenido ocupados a los filósofos durante siglos. Desde el idealismo hasta el constructivismo, pasando por el empirismo, los pensadores han tratado de desentrañar el misterio de la percepción, para goce de mis profesores de metafísica.
Me he acordado hoy, leyendo la crónica espeluznante de Alberto Sicilia desde la frontera entre Grecia y Macedonia. Habla de niños que lloran en la oscuridad, bajo un diluvio de proporciones bíblicas, sin un techo bajo el que guarecerse. Solo campo y barro infinitos donde nadie escucha sus llantos. El propio Sicilia lo cuenta con un punto de incredulidad, como si, a pesar de ser un reportero informado, no pudiera creer, hasta verlo con sus propios ojos, que aquella imagen dantesca es real, que eso está ocurriendo de verdad en suelo europeo. Creo que ha sido entonces cuando yo misma he tomado conciencia de la emergencia que vivimos, como si hubiera necesitado que me lo contara alguien conocido para poder, al fin, aprehenderlo.
En el último barómetro del CIS, ni uno solo de los encuestados mencionó la crisis de los refugiados como una de las 39 mayores preocupaciones de los españoles. Los refugiados son como ese árbol que se desploma en mitad del bosque cuando no hay nadie para escucharlo. Berkeley aseguraba que el árbol continúa existiendo, aun cuando no hubiera nadie para mirarlo. Existe, decía, porque Dios lo observa constantemente. Amigo Berkeley: pues quién lo diría.