El post coito programático
La última vez que revisé el listado de síndromes (afición nada recomendable) me asusté tanto que apagué el portátil, ordené los bolígrafos por colores y tamaños; los folios según fueran de papel clorado o reciclados y deposité los envases de ansiolíticos en la repisa según fecha de caducidad. Al salir de mi casa, recorrí mil doscientos metros hasta la consulta de un afamado terapeuta y allí me puse a escribir este artículo tras descubrir que somos responsables de una injusticia histórica: Los partidos políticos incumplen sus promesas porque padecen amnesia post coital: Tienen pavor al compromiso, no es mala uva.
La última vez que revisé el listado de síndromes (afición nada recomendable) me asusté tanto que apagué el portátil, ordené los bolígrafos por colores y tamaños; los folios según fueran de papel clorado o reciclados y deposité los envases de ansiolíticos en la repisa según fecha de caducidad. Al salir de mi casa, recorrí mil doscientos metros hasta la consulta de un afamado terapeuta y allí me puse a escribir este artículo tras descubrir que somos responsables de una injusticia histórica: Los partidos políticos incumplen sus promesas porque padecen amnesia post coital: Tienen pavor al compromiso, no es mala uva.
El asunto es que tras un período de cortejo lleno de mítines, entrevistas, visitas a supermercados y besos a pensionistas y bebés, el cortejado pasa por la ‘cena y cama’ (urna) y unos días después descubre que el otrora amante apasionado (con su flamante acta de diputado) no vuelve interesarse por él tras lograr su objetivo.
Pero existe otra variable (con la que me identifico porque creo en la bondad universal) y que tiene que ver con el miedo al intercambio de afectos, o lo que en el presente caso sería cumplir con lo prometido, llámese mejora en la ley de dependencia, condiciones laborales o lucha sin cuartel contra la corrupción, de tal forma que la única estrategia que entiende adecuada es alejarse del sujeto para disminuir la ansiedad que le ocasiona tanto contacto emocional. ¿A qué ahora lo ve más claro?
Que se parapete tras secretarios, guardaespaldas, coches blindados y cuentas en paraísos fiscales no es síntoma de degradación moral; ni siquiera ansia por esconder la mediocridad, lo suyo tiene que ver con no saber cómo afrontar su pasión y respeto hasta la veneración por ese amor al que galantea cada cuatro años.