De gatos y cosas

Todavía creo en mirar a los ojos, y desde no hace mucho tiempo, he descubierto la fuerza de la mirada de los gatos a través de Mina, una gata esbelta y preciosa, inteligente, que tras estudiarme no poco tiempo ha terminado por cautivarme. Por eso prefiero a los gatos que a las cosas, e interactúo mejor con Mina, aunque a veces sea invasiva como lo son las cosas, que con mi móvil.

Todo cambia, y también la forma de interactuar con las personas, los animales y las cosas. No estoy en contra de la evolución del ser humano, de la ciencia y de la técnica. Pero me asusta cada día comprobar cómo aparatos que fueron creados para mejorar la comunicación entre los seres humanos se van convirtiendo en muchos casos en aparatos que hacen crecer la incomunicación, o que fomentan la comunicación no verbal, lo cual genera incomunicación y severos problemas en las relaciones entre las personas, tanto en el ámbito personal como en el profesional.

Dicen que la mayor revolución que está por llegar es el internet de las cosas. Que en 2020 entre 22.000 y 50.000 millones de dispositivos de todo tipo se conectarán al internet de las cosas, que se va a adueñar de todo tipo de objetos útiles para la vida cotidiana, desde un coche inteligente a un inodoro que analiza la orina para recomendar una dieta concreta.

A mí, que es probable que sea un antiguo, aunque me esfuerce en ser contemporáneo, me da un poco de miedo. Como el dispositivo del gato de la imagen, que no sé para qué sirve, pero me es igual. No cuestiono las utilidades de todos estos avances. Seguro que las smart cities son un descubrimiento, pero me quedo con la comunicación verbal, con el roce, con la mirada. Al final, nos miraremos más con los gatos que con los colegas. Y terminaremos hablando solo con las cosas. Vaya plan.