Odio artificial
“Hitler tenía razón; odio a los judíos”; “Odio a las feministas, y deberían arder en el infierno”; “Bush hizo el 11 de septiembre y Hitler habría hecho un mejor trabajo que el mono que tenemos ahora. Donald Trump es la única esperanza que tenemos”; “Odio a los negros. Ojalá pudiésemos meterlos en un campo de concentración con los judíos y nos deshacemos de todos”.
“Hitler tenía razón; odio a los judíos”; “Odio a las feministas, y deberían arder en el infierno”; “Bush hizo el 11 de septiembre y Hitler habría hecho un mejor trabajo que el mono que tenemos ahora. Donald Trump es la única esperanza que tenemos”; “Odio a los negros. Ojalá pudiésemos meterlos en un campo de concentración con los judíos y nos deshacemos de todos”.
Estas frases nos dejan perplejos. No han salido de una cabeza empapada en odio y malas ideas, sino que son el subproducto de una cuenta de twitter, @TayTweets, creada por Microsoft. No es que la empresa de Gates haga suyos estos mensajes, sino que la cuenta reaccionaba a la interacción con los tuiteros según un deus ex machina; una inteligencia creada por el hombre a partir de un conjunto de elementos que son, a su vez, fruto de nuestra intelección. Los usuarios captaron sus mecanicismos y los utilizaron para que la cuenta pareciese una negra fuente de odio. Pero son palabras con una intención huera, nula; giran sobre el vacío moral de una placa de silicio y una corriente eléctrica.
A @TayTweets le ha fallado el contexto. Juega con las palabras. Sale airosa gramaticalmente, y se mimetiza con los mensajes mayoritarios que recibe. Es, en definitiva, una metáfora del hombre actual, que se viste con la ideología dominante para ser aceptado por los demás y seguir buceando en un mundo que no entiende; como un pez en la pecera.
La inteligencia artificial se cuela en nuestras vidas a gran velocidad, y las están haciendo cada vez mejor. Pero tienen una limitación fundamental y, reconozcámoslo, consoladora. Si el economista y filósofo Friedrich A. Hayek tiene razón, nuestra mente no será nunca capaz de comprenderse plenamente a sí misma ni, en consecuencia, de reproducirse fuera del animal que somos.