Del resentimiento como una de las bellas artes
Los libros de colorear para adultos están de moda. Tanto, de hecho, que marcas como Staedtler tienen dificultades para satisfacer la demanda de lápices de colores. Dicen que colorear relaja. No lo dudo: cualquier tarea metódicamente neurótica lo hace. Hay algo de melancólico en la conversión de un entretenimiento infantil en una terapia para adultos desequilibrados, pero tampoco somos la primera generación en descubrir la utilidad de lo inútil.
Los libros de colorear para adultos están de moda. Tanto, de hecho, que marcas como Staedtler tienen dificultades para satisfacer la demanda de lápices de colores. Dicen que colorear relaja. No lo dudo: cualquier tarea metódicamente neurótica lo hace. Hay algo de melancólico en la conversión de un entretenimiento infantil en una terapia para adultos desequilibrados, pero tampoco somos la primera generación en descubrir la utilidad de lo inútil.
Intuyo, además, que la de colorear bosques de espeso follaje, ostentosos pavos reales o barrocos fondos marinos es una moda eminentemente burguesa. De burgués del siglo XXI. Como explica Alain Finkielkraut en “La derrota del pensamiento”, a ningún burgués de 1850 se le habría pasado por la cabeza extasiarse ante un par de botas o calificar de “genial” a un caballo de carreras. “Al entender el mundo bajo una perspectiva puramente técnica, el burgués del siglo XIX sólo admitía las realizaciones prácticas y los saberes operativos”. Hace ciento cincuenta años, todos los pasatiempos eran pierdetiempos. Ahora son cultura.
Es curioso, en cualquier caso, que la misma burguesía que abarrota las galerías y los museos de arte contemporáneo para extasiarse frente a las instalaciones de Georg Herold o las fotografías de Cindy Sherman recurra a un tipo de arte tan retrógrado para recuperar el equilibrio psicológico. Un tipo de arte que imita la naturaleza, cumple unas normas de composición clásicas, recrea mundos hipotéticos, valora la pericia y el virtuosismo y se decanta por el placer no utilitarista. Cinco de los siete rasgos universales del arte identificados por Denis Dutton y que no suelen encontrarse en el arte contemporáneo, aunque sí en las portadas de las revistas de moda, en los carteles de las películas de Hollywood y en los papeles pintados con los que empapelamos nuestras casas.
El arte no cambió en 1910 con la llegada del modernismo y su negación de la naturaleza humana. Simplemente, cambió de nido y se refugió en Amazon y la FNAC, en el diseño gráfico de los diarios y en las pegatinas que adornan los bólidos de Fórmula 1. Y, por supuesto, en los libros de colorear para adultos. Lo que cuelga de las paredes y descansa en el suelo de las ferias de arte contemporáneo es otra cosa muy diferente. De hecho, lo contrario del arte: puro resentimiento frente a la belleza.