MyTO

Matadero de mierda

Destripar un cerdo cada cinco segundos no es moco de pavo. Perdón por el exceso de animalada. Pero si hay que destripar 700 la hora mientras tienes a un tipo encima que te insulta, el trabajo se convierte literalmente en una condena. La denuncia en un matadero de Vic pone al menos un par de cuestiones en el punto de mira: los celebérrimos embutidos de la localidad catalana son espléndidos, qué duda cabe, y en Europa todavía existe la censurable praxis de la esclavitud.

Opinión
  • Badalona, 1976. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica. Ha trabajado en radio, medios escritos y agencias de comunicación. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada Dirigido Por durante más de una década y ha participado en varios volúmenes colectivos sobre cine. Ha publicado en El Mundo, La Vanguardia, Letras Libres, Revista de Libros, Factual, entre otros medios. Es autor de los libros Amores cinéfagos (Jot Down Books, 2023) y Viajando con ciutadans (Editorial Tentadero 2007/Editorial Triacastela 2015).

Destripar un cerdo cada cinco segundos no es moco de pavo. Perdón por el exceso de animalada. Pero si hay que destripar 700 la hora mientras tienes a un tipo encima que te insulta, el trabajo se convierte literalmente en una condena. La denuncia en un matadero de Vic pone al menos un par de cuestiones en el punto de mira: los celebérrimos embutidos de la localidad catalana son espléndidos, qué duda cabe, y en Europa todavía existe la censurable praxis de la esclavitud.

No quisiera yo pecar de buenista, buenrrollista ni de sindicalista degustando un sabroso jabugo en perenne día de huelga; sin embargo resulta inadmisible que en pleno siglo XXI cambalache, problemático y febril, el bien escasísimo que ya es el trabajo se convierta en oportunidad para que unos cuantos impongan una labor de chinos construyendo el ferrocarril far away y sin pausa a la mayoría.

La información anecdótica (de la que la justicia se ocupará) no puede constituirse en norma. Si así fuera todavía tendríamos que darle la razón a esos populistas que se rasgan camisas Al Campo o que queman constituciones en los platós carpetovetónicos de la televisión pública (¡e impúdica!) catalana. Más allá de los (h)unos y los (h)otros, queda un horizonte palpable y nada equidistante. Un territorio conocido como sentido común. El mismo, por ejemplo, que haría posible un gobierno coaligado en España, decretaría la imposibilidad de conjugar democracia con Islam, emprendería reformas inaplazables como la de la ley electoral, condenaría a los evasores fiscales a morar fuera de los lindes de la República o tendría como objetivo básico la creación de empleo para que, en un presente incierto, nadie tuviera que aguantar que un cerdo entre cerdos lo tratara como a un esclavo.

Tal vez sea mucho pedir, pero por mí que no quede.