Retorcer el Quijote
Quienes aprendimos a escuchar con Leonard Bernstein jamás olvidaremos cuál es el significado de la música. “Por muchas historias que os hayan contado acerca de lo que significa de la música”, nos advirtió el director, “olvidadlas”.
Quienes aprendimos a escuchar con Leonard Bernstein jamás olvidaremos cuál es el significado de la música. “Por muchas historias que os hayan contado acerca de lo que significa de la música”, nos advirtió el director, “olvidadlas”.
Esta es una lección que su hija Jaime aprendió muy pronto. Cuando, a los cinco años, la niña escuchó por primera vez la obertura de Guillermo Tell creyó entusiasmada que aquella marcha eufórica “trataba” sobre el Llanero Solitario. De vaqueros y bandidos, del Salvaje Oeste. El padre le dio entonces una lección cuya importancia la niña no supo apreciar en aquel momento: “no tiene nada que ver con eso. La música no trata de nada. Trata de notas, mi bemoles y fa sostenidos. La música no es sobre algo. La música es”.
Para demostrarlo, en uno de sus inolvidables conciertos para jóvenes, Leonard Bernstein retorció el Don Quijote de Strauss hasta convertirlo en una historia disparatada de superhéroes en la que un Superman en moto acudía al rescate de un prisionero injustamente condenado. Él va narrando por encima de la música y todo parece encajar, créanme. Vayan a Youtube y pruébenlo. Podemos escuchar los ronquidos de los presos en las trompas de la orquesta, las cuerdas dibujando una huida frenética y hasta la libertad podemos escuchar.
Cuando veo a Mariano Rajoy entregándole a Carles Puigdemont una edición facsimilar del Quijote me pregunto: “Qué diablos querrá decirle con eso” y me acuerdo del Quijote de Strauss y de los juegos de Bernstein y de cómo en cada aniversario retorcemos aquella obra mil veces retorcida hasta hacerla encajar en nuestros prejuicios y de los ridículos que son esos regalos pretendidamente aleccionadores que los políticos exhiben en sus encuentros para orgasmo de los periodistas. Como cuando Pablo Iglesias quiso hacer pasar a Juan de Mairena por un campista de Sol, que es todavía peor que confundir la Suiza de Guillermo Tell con el Salvaje Oeste. La política es una piedra atada al cuello de la literatura.