Ángel caído
Trate de hablar con alguien sobre la Torre de Babel, la curiosidad de la mujer de Lot o la historia de Caín y Abel. Convenza hoy a un adolescente de la importancia de la lectura, la memoria y la poesía. Explíquele al mismo chaval que la soberbia de Lucifer ya fue cantada en los versos de «El Paraíso perdido» por John Milton.
Trate de hablar con alguien sobre la Torre de Babel, la curiosidad de la mujer de Lot o la historia de Caín y Abel. Convenza hoy a un adolescente de la importancia de la lectura, la memoria y la poesía. Explíquele al mismo chaval que la soberbia de Lucifer ya fue cantada en los versos de «El Paraíso perdido» por John Milton.
En la fotografía de Kessler vemos envuelto en plástico el rostro de una maniquí de belleza intemporal y femenina. Parcialmente rasgado, el envoltorio deja al descubierto un cutis perfecto, unos ojos y nariz ideales pero, sobre todo, unos labios rojos recién pintados. Tendríamos que imaginar el color y la forma del pelo, la voz, el olor, ver cómo se mueve. La verdad es que se trata de una muñeca igual a la que se cayó al mar y fue rescatada por un pescador.
La reacción del lector ante un pie de foto que reza: «Los habitantes de un pueblo de Indonesia confunden una muñeca inflable con un “ángel» » puede ser de burla si conoce la modernidad de ciertos juguetes sexuales y asume la necesidad del varón de satisfacer sus instintos a cualquier precio.
Habrá quien se burle de la ingenuidad de los indonesios aislados del mundo. Quizás crean en la bondad y en seres angelicales.
El mundo que el pescador desconoce es ese mundo que admite la sexualidad como una sucesión de descargas y despersonaliza a la mujer usándola como un objeto sin identidad, sin voluntad, sin vida.
Por otro lado, habrá quien sienta ternura por la inocencia de aquellos que creyeron ver una señal del cielo justo después de un eclipse.
Nuestra personalidad siempre nos delata. Así donde unos solo ven polillas, otros ven demonios: «in girum imus nocte et consumimur igni»