Cave Cannes
El juego favorito de nuestro tiempo en Occidente se llama ‘disonancia cognitiva’, y hace ya tiempo que traspasó la frontera del apacible e irrelevante juego de mesa para inundar nuestra vida pública y hacer soviético el discurso.
El juego favorito de nuestro tiempo en Occidente se llama ‘disonancia cognitiva’, y hace ya tiempo que traspasó la frontera del apacible e irrelevante juego de mesa para inundar nuestra vida pública y hacer soviético el discurso.
No son ya solo dos ideas, dos conocimientos contradictorios lo que somos capaces de mantener en paralelo sin despeinarnos, sino dos vidas. Empieza el festival de Cannes, una de esas citas rutilantes del moderno occidente hipercivilizado y, siendo como es el cine el paraíso del postureo, oiremos a actores y cineastas reivindicar toda suerte de causas de moda. Este año, me dicen, toca mujer, otra vez, que no hay modo de que nos quitemos de encima el cisheteropatriarcado.
Fuera, en Francia, 10.000 soldados patrullan a lo largo y ancho del país, algo nunca visto desde hace décadas en tiempo de paz. Porque lo que queda fuera de los muros invisibles de Cannes es una nación en estado de sitio, una Europa sitiada por un enemigo interior del que no puede hablarse con claridad.
Del enemigo oficial solo sabemos que no conoce su propia religión, que debe ser explicada en su forma más pura por esos expertos ulemas que son nuestros políticos y los popes de la opinión pública. Son terroristas terriblemente confundidos, seres de los que nos dicen que se han “radicalizado” de repente, como si se contagiaran de algo que está en el aire y parece afectar en exclusiva a los miembros de una misma cultura que, como el Voldemort de Harry Potter, No Debe Ser Nombrada.
Y, sin embargo, esa cultura, esa cosmovisión, gana terreno cada día del modo más simple y natural del mundo, por el número. Entran en oleadas imparables -como inmigrantes, como refugiados, legalmente, ilegalmente- en el sentido de que no hay voluntad política para pararlas, y tienen todos los hijos que los nativos de Europa nos negamos a engendrar. La fantasía de nuestras élites, el cuento con que nos tranquilizamos a nosotros mismos, es que bastará unos pocos meses de ver ‘¡Sálvame!’ y comprar en Carrefour para que cambien sus ideas del mundo por nuestro relajado relativismo.
No está ocurriendo, pero no es ahí donde queremos mirar. Mejor mirar a Cannes, donde Kristen Stewart estrena la última de Woody Allen en la que nos habla de su sexualidad. Y sin hiyab.