El cielo y el infierno
Escribió Steve Jobs, el de la manzana genial, que ni siquiera la gente que quiere ir al cielo quiere morir para llegar hasta allí. El cielo es un lugar con el que muchos sueñan, la aspiración final de millones de seres humanos, pero no cabe duda de que es un lugar que los hombres evitan a todo costa.
Escribió Steve Jobs, el de la manzana genial, que ni siquiera la gente que quiere ir al cielo quiere morir para llegar hasta allí. El cielo es un lugar con el que muchos sueñan, la aspiración final de millones de seres humanos, pero no cabe duda de que es un lugar que los hombres evitan a todo costa.
Para mí el cielo es aferrarme a la tierra con fuerza, pleno de vida, pura vida, a mis amores, a mis desvelos, a mis sentimientos, a mis alegrías, a mis tristezas, a mis esperanzas, que son un cielo en sí mismas porque son mis sueños hasta que se cumplen.
Por eso me ha impactado enterarme de que un combatiente de los canallas del Daesh, capturado por los Peshmerga kurdos, le suplicó a sus captores que la mataran a toda velocidad porque debía estar en el cielo a las 16,00 horas para una ceremonia religiosa. Ese día que le capturaron, tras explosionar un cinturón de explosivos de un colega asesino, tenía lugar la fiesta musulmana Isra Mi’iraj, que celebra el viaje del fundador del Islam a Jerusalén y su ascenso al cielo para recibir instrucción de Alá. El tipejo insistía: “Todos debemos estar en el cielo a las 16, mátame”.
Si no fuera tan serio resultaría cómico. Ya me imagino a Tarantino rodando la escena. Y me siento confuso en la reflexión. No creo en el infierno. Solo me parece un infierno el dolor en vida por los nuestros o por nosotros mismos, la ausencia de aquellos a quienes amas y el sufrimiento de los más débiles. Y a la vez creo que en el autobús que conduce al infierno no queda sitio hace tiempo. Y estos canallas del Daesh viajan en preferente.
Pero ellos, los que obedecen a los inductores, siempre en la sombra, se ven camino del cielo. Cortando cuellos, violando mujeres, reventando niños, secuestrando a troche y moche, se sienten de viaje al paraíso que les han prometido. Este es el horror. Ese fanatismo religioso, esa suerte de ácido lisérgico moral, y quizá también físico, que les convierte en demonios en la tierra.
El cielo y el infierno, tan lejos y tan cerca que quizá solo existan dentro de nuestras cabezas y de nosotros mismos. El cielo y el infierno, en cuya búsqueda pierden la vida injustamente tantos que solo aspiran a quedarse en tierra.