Així doncs, vaig fer un infart
«Poco después de haberme tumbado, con el libro en la mano, sentí que en la parte alta del pecho se me producía como una especie de barra muy dolorosa, encima del espacio del corazón, y que, en la parte posterior del torso, se me formaba otra barra paralela y tan dolorosa como la anterior. Al principio este dolor no fue muy fuerte, sino vago y como mitigado. […] El dolor se acentuó rápidamente con la aparición, sobre el esternón, de una forma de dolor más opresivo, de límites triangulares: un triángulo invertido con la base en la nuez de Adán y la punta del vértice sobre la barra delantera del tórax.»
«Poco después de haberme tumbado, con el libro en la mano, sentí que en la parte alta del pecho se me producía como una especie de barra muy dolorosa, encima del espacio del corazón, y que, en la parte posterior del torso, se me formaba otra barra paralela y tan dolorosa como la anterior. Al principio este dolor no fue muy fuerte, sino vago y como mitigado. […] El dolor se acentuó rápidamente con la aparición, sobre el esternón, de una forma de dolor más opresivo, de límites triangulares: un triángulo invertido con la base en la nuez de Adán y la punta del vértice sobre la barra delantera del tórax.»
El fragmento corresponde a Un infarto de miocardio, de Josep Pla. Es probable que la elección del artículo indeterminado obedeciera a la voluntad de restar dramatismo al episodio. Una coquetería. O tal vez aludiera al hecho de que la pieza fue, en su génesis, un encargo de los médicos que le atendieron. Una sintomatología. El resultado, en cualquier caso, fue prodigioso. Sobre todo por la naturalidad con que el relato se acomodó en su Obra, lo que, en cierto modo, vino a demostrar que Pla no había hecho otra cosa que literatura científica. Varias generaciones de alumnos de Medicina han pasado por el texto para familiarizarse con los signos de la dolencia. Así, paradójicamente, Un infarto de miocardio ha devenido en el infarto por antonomasia.
Dado que la promiscuidad engendra promiscuidad, no ha de extrañarnos que el último dictamen sobre la utilidad de la literatura venga firmado por dos profesores de Ciencias Experimentales y de la Salud, Josep Eladi Baños y Elena Guardiola, que en el artículo «Utilidad de los textos literarios en la docencia de ciencias de la salud: ejemplos en cardiología» subrayan la vigencia de l’infart, «de interés para que los estudiantes comprendan mejor la experiencia de la enfermedad desde el punto de vista de quien la padece».
El punto de vista, en efecto; situarse frente a un objeto de modo que lo veamos desde un ángulo novedoso, y procurando que, al traducir nuestra mirada, el yo no sea un estorbo. Ciencia, literatura, incluso amor, qué más dará.