Decepcionar a los entusiastas
Todavía faltan unos meses para que deje el cargo, pero es común oír reflexiones sobre lo mucho que echaremos de menos a Barack Obama. La observación parte de gente que tiene posiciones políticas cercanas. Pero también de otros que tenían ideas distintas o que veían con recelo el entusiasmo que generaba.
Todavía faltan unos meses para que deje el cargo, pero es común oír reflexiones sobre lo mucho que echaremos de menos a Barack Obama. La observación parte de gente que tiene posiciones políticas cercanas. Pero también de otros que tenían ideas distintas o que veían con recelo el entusiasmo que generaba.
Sigue siendo interesante: en los últimos meses han salido textos sobre su política exterior (como la estupenda conversación con Jeffrey Goldberg), apreciaciones sobre su liberalismo (como la de Adam Gopnik) o una entrevista que el presidente realizó a la novelista Marylinne Robinson. Es posible que su libro de memorias presidenciales esté bien; su autobiografía era buena. En Rutgers University dio un discurso donde decía que no tener ni idea no es exactamente un valor: en algunos sectores, es una postura impopular. Al leer o escuchar sus discursos o entrevistas, y detectar el intento de explicar las cosas al interlocutor y de realizar un análisis racional, es fácil sentir esa añoranza.
Aunque muchos indicadores de su gestión son positivos, es pronto para calcular la fuerza transformadora de sus políticas a largo plazo. Ha cometido errores. Algunos objetivos parecían demasiado ambiciosos. Los temas de la presidencia quizá no fueron lo que él y sus seguidores esperaban. Algunas decisiones pueden ser discutibles por razones técnicas y morales. Probablemente, la presidencia ha decepcionado a quienes esperaban unos cambios más radicales. Eso habla de los contrapesos del sistema estadounidense, de las constricciones de la política y de las limitaciones que impone la realidad cuando queremos cambiar las cosas.
Pero también apunta a uno de los mayores aciertos de Obama: una mezcla de determinación y cautela. Los cambios, dice, no pueden hacerse ignorando por completo a la oposición. Al presidente estadounidense le gusta emplear la metáfora de un barco: corregir un poco el rumbo, más que hacer un viraje brusco, puede acabar siendo determinante a la larga.
Pocos políticos han generado la cantidad de esperanza que produjo Obama. Lo más asombroso de todo es que haya conseguido sobrevivir al desencanto. Sabía que a veces debía decepcionar a los entusiastas. Ese era, en buena medida, su trabajo.