El oso
Harto de vivir en soledad en lo más profundo del bosque, un oso salvaje se decidió a buscar compañía. Pero como daba miedo a todos los animales no pudo hallar entre ellos lo que buscaba. Quiso la casualidad que un joven jardinero que sólo tenía trato con las flores, experimentase el mismo sentimiento. Ambos salieron de sus reductos en busca del amigo añorado y no tardaron en encontrarse y hacer buenas migas, por lo que se acompañaban y cuidaban mutuamente. Un día mientras el jardinero dormía a la sombra de un árbol, una mosca se le posó en la cara. El oso, dispuesto a evitarle una molestia que podría despertarlo, cogió una enorme piedra y la arrojó sobre la mosca. Evidentemente, le aplastó la cabeza a su único y desdichado amigo.
Harto de vivir en soledad en lo más profundo del bosque, un oso salvaje se decidió a buscar compañía. Pero como daba miedo a todos los animales no pudo hallar entre ellos lo que buscaba. Quiso la casualidad que un joven jardinero que sólo tenía trato con las flores, experimentase el mismo sentimiento. Ambos salieron de sus reductos en busca del amigo añorado y no tardaron en encontrarse y hacer buenas migas, por lo que se acompañaban y cuidaban mutuamente. Un día mientras el jardinero dormía a la sombra de un árbol, una mosca se le posó en la cara. El oso, dispuesto a evitarle una molestia que podría despertarlo, cogió una enorme piedra y la arrojó sobre la mosca. Evidentemente, le aplastó la cabeza a su único y desdichado amigo.
La conclusión de esta fábula es elemental: No hay ética sin prudencia. El oso es un mal razonador práctico porque todo lo subordina a un único fin, sin percatarse de que siempre hay una pluralidad de fines en juego que hay que saber ordenar.
Pero además de elemental, la conclusión es inquietante. Sócrates nos advierte que lo bueno sólo es bueno cuando está bien usado y que sólo sabemos que está bien usado si conocemos el Bien. La necesidad de recurrir a la prudencia pone de manifiesto nuestra lejanía del Bien. Pero como el mundo sin una escala jerarquizada de valores se mueve entre dos narcóticos (la ironía y el cinismo), no puede sorprendernos ese ligero –tampoco hay que exagerar- malestar que sentimos ante tantas verdades respondonas como nos salen al paso.
Tres notas complementarias:
1. La fotografía habla de unos padres, un niño y unos posibles osos. Me ha parecido más consolador hablar de la imprudencia del oso.
2. A ese ligero malestar al que hemos hecho referencia lo podemos llamar “nihilismo manso”. “En España el nihilismo manso ha adquirido un empuje avasallador, dejó dicho Santiago Valentí Camp en suIdeólogos, teorizantes y videntes, de 1922.
3. Hoy nos ponemos en contra de cualquiera que maltrate a un niño… excepto si el maltratador es un animal. En este caso, inmediatamente empatizamos con el instinto de la pobre bestia.