El botón y la distancia
La caja de madera que protagoniza el relato Botón, Botón, de Richard Matheson, es la metáfora perfecta del crimen aséptico. Un día en la puerta del apartamento de una pareja aparece una caja cuadrada coronada por un botón rojo. La pareja que la encuentra recibe unas horas después la visita de un hombre gris que les explica el funcionamiento del misterioso dispositivo: si pulsan el botón alguien en algún lugar del mundo morirá y ellos recibirán 50.000 dólares.
La caja de madera que protagoniza el relato Botón, Botón, de Richard Matheson, es la metáfora perfecta del crimen aséptico. Un día en la puerta del apartamento de una pareja aparece una caja cuadrada coronada por un botón rojo. La pareja que la encuentra recibe unas horas después la visita de un hombre gris que les explica el funcionamiento del misterioso dispositivo: si pulsan el botón alguien en algún lugar del mundo morirá y ellos recibirán 50.000 dólares.
El de Botón Botón es un homicidio confortable. No ves músculos desgarrados, no hay salpicaduras, ni gritos y sobre todo no hay un rostro suplicante que, crimen y castigo, te visitará cada noche a partir de entonces. Pura asepsia. Matheson escribió este relato en 1970, un año después de que se estableciera la primera conexión entre computadoras, a la que se llamó Arpanet.
El botón y la distancia hacen confortable el crimen. La dulce Norma del cuento de Matheson jamás apuñalaría a alguien a sangre fría; de la misma manera que un individuo articulado jamás saltaría la verja, allanaría una vivienda y robaría de la mesilla las fotos comprometedoras de una joven para repartirlas entre sus amigos. Botón y distancia: la lejana empatía de la nube.
Es deprimente la respetabilidad de la que gozan los salteadores de bytes. El escritor Lorenzo Silva acaba de publicar ‘Donde viven los escorpiones’. Cientos de copias piratas ya circulan por la red. En sus quejas en Twitter se advierte una resignación melancólica. Ha sido esquilmado por una horda de salteadores repantingados.