Cuando el deporte se hace arte

Nunca entenderé por qué los campeones de tenis se apresuran a morder la copa. Supongo que es una tradición, válida por sí misma. En este caso, Garbiñe Muguruza parece que va a besar el trofeo. Mejor será.

Resulta inevitable el recuerdo de Lilí Álvarez, la tenista española que asombró con sus triunfos en Inglaterra hace casi un siglo. El atuendo era entonces de blanco riguroso y falda hasta media pierna.  Lilí, volando con la raqueta, parecía una bailarina. Además, escribía con muy buen sentido y era un prodigio de sensibilidad.

Ahora tenemos la réplica de la jovencísima Garbiñe Muguruza, de ascendencia vasca, nacida en Venezuela y que se alza con el Roland Garros. La comunidad hispánica se va sentir orgullosa de su estirpe. Tiene una gran ventaja nuestra Garbiñe: el nombre propio. Es tan resonante que será conocida así. Y además con la eñe, que es letra vascongada y castellana. Es claro que va a llegar en seguida a ser la primera tenista del mundo.

El tenis es un deporte que exige silencio en los espectadores. Por ese lado nos acerca a una de las artes escénicas. Aunque originario de Francia, el tenis, como otros deportes, es resueltamente inglés. En su día se asimiló a las clases aristocráticas, pero hoy se muestra como un deporte popular. Aun así, sigue contando mucho el valor estético.

Los españoles disponemos ya de la gloria de Rafa Nadal. Ahora nos apuntamos al nuevo ídolo femenino de Garbiñe. Es de prever que en nuestro país va a expandirse de manera prodigiosa el número de tenistas de ambos sexos. En una época en la que el valor del esfuerzo laboral o profesional ha disminuido tanto, el deporte aparece como una magnífica excepción.