THE OBJECTIVE
Hermann Tertsch

Lenguaje vintage de un Putin en apuros

El presidente ruso Vladimir Putin tiene muy serios problemas. El precio del petróleo y de otras materias primas le han recordado de repente y de forma muy dolorosa que, tras más de tres lustros de poder ilimitado suyo, Rusia es en sus estructuras comerciales e industriales un país del Tercer Mundo. Y que sus grandes gestos imperiales, incluidos sus alardes militaristas, sus intervenciones exteriores y sus invasiones con anexión de Crimea incluida, apenas eclipsan ya a una economía lamentable, una población deprimida que sobrevive en niveles de pobreza y bajísima calidad de vida, un alcoholismo rampante que lleva a los varones rusos a tener una esperanza de vida africana y una sociedad amoral en la que corrupción, criminalidad, suicidio y desesperanza son fenómenos omnipresentes.

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Lenguaje vintage de un Putin en apuros

El presidente ruso Vladimir Putin tiene muy serios problemas. El precio del petróleo y de otras materias primas le han recordado de repente y de forma muy dolorosa que, tras más de tres lustros de poder ilimitado suyo, Rusia es en sus estructuras comerciales e industriales un país del Tercer Mundo. Y que sus grandes gestos imperiales, incluidos sus alardes militaristas, sus intervenciones exteriores y sus invasiones con anexión de Crimea incluida, apenas eclipsan ya a una economía lamentable, una población deprimida que sobrevive en niveles de pobreza y bajísima calidad de vida, un alcoholismo rampante que lleva a los varones rusos a tener una esperanza de vida africana y una sociedad amoral en la que corrupción, criminalidad, suicidio y desesperanza son fenómenos omnipresentes.

Los esfuerzos del régimen de Putin por presentar a Rusia como una nación vital y fuerte superior al “Occidente decadente» son solo fuegos de artificio pagados a precio de oro en propaganda interna y externa. Que hacen ricos a los propagandistas rusos y a los muchos extranjeros que abrevan en ese “fondo de rusofilia”. Pero que no varían un ápice la dramática realidad de una Rusia que, lejos de Moscú y San Petersburgo y sus avenidas y centros de superlujo, subsiste de forma lamentable y angustiosa entre barro, contaminación, pobreza, escasez, enfermedad, arbitrariedad y depresión. Los años de las vacas gordas no se utilizaron para invertir en nuevas formas de producción ni en formación ni en infraestructuras. Salvo en la industria militar, el tiempo apenas parece haber pasado en la Rusia de los Urales y más allá. Mientras. los multimillonarios tienen todas sus infinitas fortunas improductivas volcadas en sus yates, sus villas londinenses, sus bloques en Manhattan, sus fincas norteamericanas, sus clubs de fútbol, fondos de inversión occidentales o casas en Marbella.

Rusia ha vivido de sus materias primas y con los ingresos de sus ventas de esos productos no elaborados ha alimentado a su población. Como hacen, a otra escala por supuesto, los países africanos o asiáticos subdesarrollados. Y la inmensa riqueza que ha producido en los últimos veinte años solo ha servido para modernizar un ejército, lanzar una serie de aventuras megalómanas y enriquecer a los magnates amigos y al aparato del Estado en función de su lealtad al caudillo. Ahora los suministros a la población son cada vez peores. Y no hay dinero para mejorarlo. El malestar crece. Luego hay que recurrir al consabido remedio del patriotismo para alimentar las almas ya que no los estómagos. Gestas patrióticas como la anexión de Crimea o la invasión de Ucrania para ayudar a los “hermanos” rebeldes no pueden repetirse permanentemente.

Ni siquiera operaciones tan vistosas y rentables (gracias a un Barack Obama que nunca dejó de equivocarse en la región) como la intervención militar para ayudar al presidente sirio Bashir el Assad a salvar la piel y aplastar a sus diversas enemigos. Ahora hay que elevar el tono y sacar toda la retórica de la guerra fría, el lenguaje vintage de la URSS, para animar a la población a entender que si no encuentra alimentos y medicinas en sus ciudades y pueblos es porque la OTAN quiere atacar a la pobrecita Rusia. Eso le gusta a Putin. Presentarse como amenazado para prometer épica. En realidad lo que hace la OTAN es responder a las lógicas exigencias de defensa de los países vecinos de Rusia que no quieren sufrir algún tipo de aventura de Putin como le sucedió a Ucrania. Por eso, la presencia de la OTAN se ha multiplicado en el este. Por eso los polacos crean ahora una milicia permanente. Por eso los países bálticos quieren muchos más soldados occidentales permanentemente en sus bases. Por eso en la cumbre de la OTAN del mes próximo en Polonia deberá volver a quedar claro que Occidente no se puede permitir malentendidos con Rusia. Todos sus miembros tienen derecho a esta protección ante las tentaciones de Putin de distraer de su ruina de gestión de la economía y el desarrollo con una invasión militar. Rusia sabe que nadie quiere entrar en su territorio. Pero los países vecinos quieren seguir siendo solo vecinos. Y tener regímenes radicalmente distintos y opuestos al de Putin. Y pese a ello no convertirse como Crimea, en botín de Putin como tierra reconquistada.

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