Ponerse en la piel del muerto
Hasta ahora, la estrategia de hacerse el muerto para concientizar a la ciudadanía era una especialidad de los defensores de los derechos de los animales: todos hemos visto a esos manifestantes desnudos o casi, pintados de rojo, haciendo el papel del toro torturado y asesinado en la plaza, o manifestándose contra las peleterías. Después vinieron los defensores de los derechos humanos de víctimas en guerras lejanas. Ahora son los ahogados en las playas.
Hasta ahora, la estrategia de hacerse el muerto para concientizar a la ciudadanía era una especialidad de los defensores de los derechos de los animales: todos hemos visto a esos manifestantes desnudos o casi, pintados de rojo, haciendo el papel del toro torturado y asesinado en la plaza, o manifestándose contra las peleterías. Después vinieron los defensores de los derechos humanos de víctimas en guerras lejanas. Ahora son los ahogados en las playas.
La semana pasada, 117 personas fueron encontradas en una playa de Libia. Se habían ahogado intentando llegar a Europa. El mar escupió sus cuerpos.Dos periodistas de Cádiz, Sara Cantos y José Luis Sánchez Hachero, decidieron que mostrar las fotos, denunciar, acusar, lamentarse, ya no era suficiente. Y juntaron a unos cincuenta voluntarios para que se desparramaran por una playa gaditana, Santa María del Mar, regada por el sol de comienzos del verano.
«Como periodista, cuando esta semana vi la noticia de los 117 cadáveres de refugiados pensé: ‘¿Cómo hubiéramos reaccionado ante esa foto de los cuerpos tendidos en la playa libia si hubieran ido vestidos con corbata, con una camiseta del Cádiz, o como tú y yo?'», dijo Sara Cantos a sus colegas, que cubrían esta ‘performance’. Las fotos de los voluntarios, tirados en la playa como si estuvieran muertos, se pueden ver en el blog de José Luis, que se llama ‘Los mundos de Hachero‘.
El emotivo relato de Cantos y Hachero está escrito en la segunda persona del singular. El ahogado eres tú. “Quieres pedir ayuda pero no puedes porque los brazos palmean sin sentido tratando de mantenerte fuera del agua. Pareciera que tratas de subir una escalera de piscina pero, ¡no!, no hay escalera alguna: en realidad no hay nada, sólo agua. No es mucho tiempo, entre veinte y sesenta segundos, pero es un momento de suma angustia. Finalmente, la víctima se sumerge para no volver a salir. ¡Pero no estás muerto aún!”
Los voluntarios son blancos, europeos, van vestidos de calle, como nosotros. Son nosotros. No se desnudan ni se disfrazan ni se pintan de colorado. Parecen dormidos, como aquel niño Aylan que el mar dejó en la arena en setiembre del año pasado. El efecto en primer lugar es de extrañeza y de reconocimiento: esto, este terrible asesinato colectivo, lo estamos sufriendo todos. Después, la culpa: vivimos en un continente que cierra sus puertas y obliga a los desesperados a jugarse la vida en la lotería de las pateras.
Y al final, comprendemos: si somos a la vez los muertos y los culpables, esto es un suicidio colectivo. En Cádiz, dos periodistas montaron un simulacro. ¿Cuándo nos daremos cuenta de que esto es de verdad?