Los países también pueden quebrar
Venezuela es un caso cercano y flagrante. En su día lo fue Argentina. Nadie nos asegura que España no siga en la lista, por mucho que nos proteja nuestra vinculación a la Unión Europea.
Venezuela es un caso cercano y flagrante. En su día lo fue Argentina. Nadie nos asegura que España no siga en la lista, por mucho que nos proteja nuestra vinculación a la Unión Europea.
A mediados del siglo XX Venezuela pasaba por ser un país próspero dentro del agitado continente iberoamericano. La prueba era la recepción de cientos de miles de inmigrantes de otros países, singularmente España. Destacaba su enorme riqueza en materias primas (petróleo, minerales, madera) y contaba con una población bastante instruida.
Entrado en el siglo XXI Venezuela se presenta como un país fracasado. Su sistema político se define como altamente inestable, con cuartelazos, corrupción y experimentos populistas en nombre del gran Simón Bolívar. Lo peor es que la población se empobrece y se alcanzan unas altísimas cotas de asesinatos y robos. El Estado ya no representa el monopolio de la violencia. La inflación alcanza niveles insoportables. Aparece el fantasma de la hambruna. Muchos venezolanos se ven obligados a emigrar. A todo esto, el régimen dizque “revolucionario”, acaudillado por un fantoche, se propone exportar su original caudillismo a otros países, por ejemplo, a España. El propósito parecería un despropósito si no fuera por la existencia de un movimiento político español, Podemos, auspiciado por el régimen venezolano, que va ascendiendo elección tras elección.
¿Qué debe hacer el Gobierno español? Para empezar, no hay propiamente un Gobierno efectivo. Quizá sea la sociedad misma la que deba volcarse en lo que se llama ayuda humanitaria. Por lo menos, habría que enviar alimentos y medicinas de forma cuantiosa. Un segundo paso sería acoger a la oleada de retorno de los antiguos emigrantes españolas, singularmente canarios. Se trata sobre todo de población jubilada. Preciso sería el reconocimiento del fracaso de la triste “revolución” venezolana.