Orlando, Virginia
Cuando la clase política española se preocupa de la corrección en el discurso y añade de manera redundante el femenino al nombre que por defecto incluye ambos géneros, hay lugares en el mundo en los que nacer mujer es una desventaja. Ser mujer en Afganistán no debe de ser fácil porque solo los varones aprenden a leer y escribir.
Cuando la clase política española se preocupa de la corrección en el discurso y añade de manera redundante el femenino al nombre que por defecto incluye ambos géneros, hay lugares en el mundo en los que nacer mujer es una desventaja. Ser mujer en Afganistán no debe de ser fácil porque solo los varones aprenden a leer y escribir.
En Europa asumimos el derecho a la educación de todos los niños. Los profesores, por un lado, nos enfrentamos a diario con alumnos descontentos. Dentro del aula vemos a chicos que desprecian los libros, el conocimiento y la cultura. A veces la sociedad exige al profesor que ayude al alumnado a encontrar razones para estudiar o prestar atención en clase, lo cual es un sinsentido. Es verdad, sin embargo, que hay también alumnos que saben para qué sirve la escuela.
La niña de la fotografía de The Objective parece una niña. La verdad es que podría pasar por un niño. De hecho, yo no me atrevería a afirmar una cosa ni la otra. En el fondo esta ambigüedad de género favorece a la niña afgana. Sea como sea, los niños no se diferencian mucho entre sí a esa edad incierta previa a la adolescencia.
Las niñas quieren ir a la escuela porque ellas intuyen el poder oculto del lenguaje, los números, la filosofía y el arte. Las niñas quieren aprender a leer y a escribir aunque para ello se vean obligadas a renunciar a su identidad de género, tengan que cortarse el pelo y adopten maneras de chico. Hace falta coraje: fingir ser otro para ser uno mismo.
Pienso en Orlando, el joven aristócrata de la novela de Virginia Woolf que se vuelve mujer a la mitad de su vida después de haberse quedado dormido. O dormida.