Guerras sin soldados (ni responsables)
Es común escuchar a un gobernante anunciar el apoyo a una acción militar atenuando su alcance: “no habrá tropas de nuestro país sobre el terreno”. Apoyo logístico, asesoramiento, cesión de bases, hospitales de campaña, intercambio de inteligencia, sí. Infantería en trincheras, uniformes manchados de sangre, ataúdes con la bandera, no. Parece lógico en términos de cautela política, y el progreso moral juega aquí un papel determinante. Las guerras son cosas del pasado, las opiniones públicas las rechazan por instinto y dejan las operaciones bélicas quirúrgicas en manos de expertos. El dron es un arma polivalente: sirve a veces contra los terroristas, pero sobre todo contra nuestra dificultad para asumir la guerra.
Es común escuchar a un gobernante anunciar el apoyo a una acción militar atenuando su alcance: “no habrá tropas de nuestro país sobre el terreno”. Apoyo logístico, asesoramiento, cesión de bases, hospitales de campaña, intercambio de inteligencia, sí. Infantería en trincheras, uniformes manchados de sangre, ataúdes con la bandera, no. Parece lógico en términos de cautela política, y el progreso moral juega aquí un papel determinante. Las guerras son cosas del pasado, las opiniones públicas las rechazan por instinto y dejan las operaciones bélicas quirúrgicas en manos de expertos. El dron es un arma polivalente: sirve a veces contra los terroristas, pero sobre todo contra nuestra dificultad para asumir la guerra.
El uso generalizado de estos drones evidencia una paradoja: son el grado “tolerable” de guerra para nuestra conciencia Occidental, pero al mismo tiempo nos hace partir en desventaja ante el enemigo en la medida en que rechazamos mirarlo de frente. El dron no está pilotado, ninguno de los nuestros corre riesgos. No hay mala conciencia individual ni colectiva. La foto de Fraga en Palomares, la recurrencia mediática del escándalo que alerta de los efectos que aún padece la zona y quienes la limpiaron, la búsqueda de culpables, muestran bien el gran aporte del dron: la difuminación de la responsabilidad en la abstracción tecnológica.
No sabemos a quién mata, o creemos –erróneamente en ocasiones– que mata a los que debe matar. El dron salvaguarda nuestras precauciones contra la guerra porque la despersonaliza por completo. Curiosamente, lo contrario de lo que hace el Estado Islámico, que graba el cautiverio, la confesión forzada y la decapitación del rehén con nombre y apellidos, familia y amigos. Lleva la guerra a un grado de personalización inconcebible para nuestros códigos morales.
No hay que ver en esta despersonalización, en este rechazo instintivo –y electoral– de la guerra, algo ominoso. Todo lo contrario: es un efecto secundario de un bien mucho mayor que es el progreso moral y el antibelicismo de las últimas generaciones. La guerra era el estado natural en el pasado reciente. Pero el uso del dron plantea la duda legítima sobre su efectividad, una vez superado el escollo de la responsabilidad: ¿cómo se combate a los que viven, precisamente, en el pasado y desde él nos atacan? ¿Con el dron o con las consabidas “tropas sobre el terreno”? En términos morales, con lo primero. En términos militares, no está tan claro.