THE OBJECTIVE
Daniel Gascón

La niebla ha aislado al continente

La victoria del Leave en el referéndum de Brexit es una mala noticia para la Unión Europea. Deja muchas incógnitas. Refuerza a los movimientos nacionalistas y antieuropeos de otros países. La Unión pierde a un miembro importante, con una tradición democrática y diplomática, peso militar y demográfico, una relación especial con Estados Unidos, conocimiento e influencia globales, la City y una apuesta por el dinamismo económico. Su abandono también supone una pérdida de atractivo para el club.

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La niebla ha aislado al continente

La victoria del Leave en el referéndum de Brexit es una mala noticia para la Unión Europea. Deja muchas incógnitas. Refuerza a los movimientos nacionalistas y antieuropeos de otros países. La Unión pierde a un miembro importante, con una tradición democrática y diplomática, peso militar y demográfico, una relación especial con Estados Unidos, conocimiento e influencia globales, la City y una apuesta por el dinamismo económico. Su abandono también supone una pérdida de atractivo para el club.

Es además una pérdida simbólica. Se ha dicho que en la campaña, y en el movimiento euroescéptico, competían dos concepciones de nacionalismo. Para Europa continental, el nacionalismo era el mal que había estado a punto de destruir varias veces el continente, y la Unión Europea el dispositivo que permitía contenerlo. Para el Reino Unido, el nacionalismo era la fuerza que había permitido resistir los intentos de dominación del continente. En buena medida, esa historia -que tiene su punto culminante en la Segunda Guerra Mundial- es un mito: como en todas partes, muchas de las grandes tradiciones autóctonas vienen de otro sitio.

Pero creo que también existe otro relato: el Reino Unido como lugar de acogida e imperio de la ley, como refugio de los exiliados durante siglos, como última democracia en pie en la peor hora de Europa pero la mejor de Gran Bretaña. Y, tras la experiencia de los totalitarismos y los regímenes autoritarios, y pese a que hubiera muchas tradiciones de muchos lugares, se podría pensar que la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial se quería parecer, en algunas cosas, un poco más a Gran Bretaña.

Para España entrar en el club europeo era una vieja aspiración: era unirse a las grandes democracias europeas. Quizá se debe a eso la perplejidad ante el resultado pese al acierto de las encuestas. Nosotros queríamos ser como los países del norte, y es por el norte, como ha señalado Pablo Simón, por donde amenaza con deshilacharse la Unión.

La victoria del Leave también es una mala noticia para el Reino Unido. El país afronta consecuencias económicas inciertas, conflictos legales y constitucionales, una renuncia del primer ministro y problemas territoriales. Mark Elliott ha hablado de un “riesgo existencial” para el Reino Unido y señala que no se pueden exagerar las consecuencias. La campaña ha tratado sobre todo de cuestiones de inmigración y soberanía, pero probablemente un acuerdo comercial exigirá aceptar mucha legislación europea y contribuir económicamente, sin tener capacidad de negociación. Y la presencia de expats en otras partes de Europa (cientos de miles de ellos en España) probablemente requerirá concesiones en materia migratoria.

Los referéndums son divisivos. Los resultados muestran diferencias entre el campo y la ciudad, entre Inglaterra y Escocia, y entre jóvenes y viejos. La opción de la permanencia no ha tenido los mejores defensores: el primer ministro abogaba por el sí con un partido conservador roto, tras décadas de cultivo de una tradición euroescéptica y con la presión de Ukip. El líder de los laboristas votó en contra en el referéndum anterior y su apoyo a Europa en esta ocasión no ha sido ni activo ni convincente. Los defensores más creíbles eran líderes de otros tiempos: Gordon Brown, John Major. La UE, no sé si por cautela, ha estado poco presente. Muchos líderes internacionales y la prensa británica que más se lee en el exterior apoyaban la permanencia. Pero el resultado demuestra una vez más que no todos leemos las mismas cosas.

Las advertencias de los expertos e instituciones económicas  y la falta de una ruta clara en la campaña del Brexit no han sido suficientes para que ganara la opción de Remain. “El pueblo británico está harto de expertos”, dijo el ministro partidario del Brexit Michael Gove: el antiintelectualismo nunca es una buena señal. La campaña de los partidarios de la salida ha estado llena de mentiras e inconcreciones. Pero eso no importa en la era de la política de la post-truth: el líder de Ukip ya ha dicho esta mañana que fue un error decir que la salida daría 350 millones de libras semanales al servicio nacional de salud. Brexit, ha escrito Ben Goldacre, “era una lente mágica a través de la que cada uno veía lo que quería”. Habrá que ver lo que ocurre cuando se despeje la niebla.

También es una mala noticia para el orden liberal y cosmopolita, el que cree en los acuerdos entre países, en la libre circulación y en las posibilidades de la cooperación. Como decía una carta en el Financial Times, la opción del Leave ha sido favorecida por las clases bajas, que probablemente serán las primeras perjudicadas. Es una victoria del rechazo al inmigrante, de la pequeña Inglaterra, de las convicciones de los viejos sobre las posibilidades de los jóvenes. Señala el descontento de los perdedores de la globalización, cuyas preocupaciones las élites quizá hayan descuidado, y nos recuerda que el nacionalismo crece e invade muy deprisa. No sé cuál es la respuesta. Pero probablemente pasa por tener, como decía Xavier Vidal-Folch, flema británica. Seguramente requerirá atender a esas personas con la máxima inteligencia y respeto. Y combatir esas ideas nocivas con la exactitud y la determinación de quien sabe que le va la vida en ello.

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