THE OBJECTIVE
José María Marco

Cuestión de imagen

La impopularidad de Donald Trump, alcanza en torno al 42 % del electorado. Es un récord que ningún candidato a la Presidencia alcanza, superior incluso al que consiguió el también republicano Goldwater en 1964. Una impopularidad tan acusada contrasta con la actitud que está en la naturaleza misma del mensaje de Trump, que es la animadversión a las elites educadas y cosmopolitas, una oposición que tanto juego ha venido dando, por lo menos hasta ahora, en muchos países desarrollados.

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Cuestión de imagen

La impopularidad de Donald Trump, alcanza en torno al 42 % del electorado. Es un récord que ningún candidato a la Presidencia alcanza, superior incluso al que consiguió el también republicano Goldwater en 1964. Una impopularidad tan acusada contrasta con la actitud que está en la naturaleza misma del mensaje de Trump, que es la animadversión a las elites educadas y cosmopolitas, una oposición que tanto juego ha venido dando, por lo menos hasta ahora, en muchos países desarrollados.

En realidad, Trump, como otros populistas, adapta su retórica, sus actitudes y por supuesto su imagen, que es lo más importante, a lo que ellos creen que es el “pueblo”: brutal, mal educado, proclive al insulto y al racismo, provinciano… Tal vez eso ayude a explicar por qué los populistas, pasado el primer momento de impacto y sin una auténtica crisis de la que sacar provecho, no consiguen el éxito que esperan. Efectivamente, el “pueblo” –supongamos que eso existe más allá de los textos constitucionales y de teoría política- no se reconoce en una imagen tan grosera. Aquellos que estaban convencidos de conseguir la casi unanimidad, porque tienen los arrestos de alzar la voz y decir la verdad, lo que nadie se atreve a decir, provocan un rechazo más acusado que los “elitistas”, los “cobardes” y los “burócratas” que quieren fulminar.

La democracia moderna, tan populista a su modo, tiene estas cosas. El “pueblo” acaba eligiendo aquellos candidatos en los que se puede reconocer. Y el espejo que presentan los Trump o los Iglesias resulta poco atractivo… Se reconocerá que querer ser como Trump, como Iglesias, como Sarah Palin, Errejón o Bescansa está próximo al orden de la perversión. Y por muy plurales y diversos que nos hayamos acostumbrado a querer ser, hay cosas que siguen infundiendo un poco de respeto. Tal vez incluso, en algún sector del “pueblo” particularmente sensible, de repugnancia.

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