La conjura contra América
Carl Bernstein ha hablado de la “fascinante intersección de celebridad y neofascismo” de Donald Trump. El candidato republicano, que ha mostrado una ignorancia orgullosa, promueve un discurso divisivo basado en el miedo y la promesa de recuperar el control, sabe simplificar y ridiculizar a sus oponentes, y tiene talento para convertir la política en un reality show.
Carl Bernstein ha hablado de la “fascinante intersección de celebridad y neofascismo” de Donald Trump. El candidato republicano, que ha mostrado una ignorancia orgullosa, promueve un discurso divisivo basado en el miedo y la promesa de recuperar el control, sabe simplificar y ridiculizar a sus oponentes, y tiene talento para convertir la política en un reality show.
Clive Crook ha escrito que quienes denuncian que el sistema es esencialmente corrupto no deberían sorprenderse del tono apocalíptico de Trump en su discurso de aceptación como candidato republicano. Si el sistema ya está roto, Trump parece una buena elección para hacerlo pedazos.
Trump tiene una trayectoria consistente de intolerancia y racismo. Ha tachado a los mexicanos de criminales, y no ha querido distanciarse del Ku Klux Klan. Propuso prohibir la entrada de los musulmanes a Estados Unidos y defendió el uso de la tortura. Ha cuestionado a jueces por su origen étnico. Escuchando su discurso en la convención nacional republicana, uno podría pensar que los inmigrantes son responsables de todos los crímenes que se cometen en Estados Unidos. Su campaña ha coqueteado con el antisemitismo en varias ocasiones.
Los admiradores de Trump elogian que sea “auténtico” y “sincero”, pero lo que más llama la atención es el descaro de su falsedad: quizá sea uno de los componentes centrales de esa “autenticidad”.
Presume de gestión, aunque ha dejado un reguero de fracasos, pufos y prácticas discutibles. Algunas de sus propuestas, como el muro con México y la deportación de 11 millones de inmigrantes, son inviables, pero eso es lo de menos. Frente a las “mentiras” de la corrección política, Trump asegura que va a decir la verdad. Pero sus falsedades y distorsiones han agotado a equipos de fact-checkers: para sus partidarios, la verdad de una afirmación tiene más que ver con “quedarse a gusto” y “hablar sin complejos” que con su relación con la realidad.
Pese a que Estados Unidos es ahora un país mucho más seguro que hace diez años y a que el crimen cae de manera sostenida desde hace un cuarto de siglo, Trump ha mostrado un panorama de caos, crimen y miedo tolerado por los demócratas y que él podría solucionar con mano dura. Se presenta como un patriota. Pero propone el abandono de aliados históricos, es desleal en cuestiones de Estado, defiende formas de gobierno y un rechazo a los inmigrantes que son contrarios a las mejores tradiciones de su país, y muestra una cercanía a Vladimir Putin poco edificante y muy cuestionable desde el punto de vista de los intereses nacionales.