THE OBJECTIVE
Gonzalo Gragera

La investidura de Felipe VI

Esta última ronda de contactos está resultando tan agotadora que más que en gobierno va a tener que terminar en chupitos. La película ya no lo aguanta nadie. Ni los propios protagonistas. En los meses del invierno, cuando pillaba a la vuelta de la esquina el becerro de oro de la propaganda del tiempo nuevo, algo se pudo soportar. Se pudo soportar tanto canto de sirena en torno a los pactos, el ceder en los programas de unos y en las promesas de otros. Hasta fueron soportables, incluso, las contradicciones del donde dije no me siento con aquel digo si me ofrece un par de ministerios, me vale. Pero hoy día el trasiego cansa. Los rumores de los pasillos del Congreso aburren a los periodistas. Es ver al político de turno en la sala de espera de La Zarzuela, y más que a negociar el futuro de los españoles da la sensación de que esté, impaciente, guardando turno en la cola de las pescadería. Este sopor se nota no sólo en la expectación del votante, sino en la abstención a la que estamos destinados en el caso de celebrar unas terceras elecciones: 40 %. Lo escribe Andrea Mármol en su cuenta de tuiter y yo lo firmo: han tirado por lo bajo.

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La investidura de Felipe VI

Esta última ronda de contactos está resultando tan agotadora que más que en gobierno va a tener que terminar en chupitos. La película ya no lo aguanta nadie. Ni los propios protagonistas. En los meses del invierno, cuando pillaba a la vuelta de la esquina el becerro de oro de la propaganda del tiempo nuevo, algo se pudo soportar. Se pudo soportar tanto canto de sirena en torno a los pactos, el ceder en los programas de unos y en las promesas de otros. Hasta fueron soportables, incluso, las contradicciones del donde dije no me siento con aquel digo si me ofrece un par de ministerios, me vale. Pero hoy día el trasiego cansa. Los rumores de los pasillos del Congreso aburren a los periodistas. Es ver al político de turno en la sala de espera de La Zarzuela, y más que a negociar el futuro de los españoles da la sensación de que esté, impaciente, guardando turno en la cola de las pescadería. Este sopor se nota no sólo en la expectación del votante, sino en la abstención a la que estamos destinados en el caso de celebrar unas terceras elecciones: 40 %. Lo escribe Andrea Mármol en su cuenta de tuiter y yo lo firmo: han tirado por lo bajo.

A pesar de que fue casi primavera, poco fruto recogimos en la pasada investidura, si acaso las intenciones ocultas de los partidos, cómo se desenvolverían en el escaño, eso que nunca se afirma en la campaña y se confirma en los despachos. Pero en esta segunda vuelta pocas sorpresas, y menos de esa especie, esperamos. Sin embargo, hay un nombre en esta investidura que sí merece la atención y que, por centrar la noticia y la opinión en los pactos, hemos dejado pasar desapercibido, aunque sea la clave de bóveda de aquellos. Me refiero a Felipe VI. Si estas elecciones salen adelante, mucho tendrá que ver la mano intercesora del Rey, y no tanto la cuadratura del medio círculo de la c de Ciudadanos. Sobre todo porque es él el Albert Rivera que nos falta. Lo confesó un crítico literario y miembro del jurado de los Premios Princesa de Asturias: “Yo soy republicano, pero si en España hubiese República, votaría a Felipe”. Creo que así se entiende mejor. Hasta el PP, el SOE y Ciudadanos lo entienden. Toma consenso, y no el tuyo, Albert.

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