THE OBJECTIVE
José María Marco

Los linces del futuro

Siempre ha habido, en particular en los países cristianos, que son los más conscientes de la realidad histórica, gente tan enamorada del pasado que creía ver su rastro en el paisaje presente, un poco como Don Quijote dice ver gigantes en los molinos manchegos. Pasear con uno de estos aficionados a las huellas pretéritas era y sigue siendo deambular por una fantasía que no había esperado a la realidad aumentada para repoblar a su gusto el paisaje, a veces con una elocuencia sorprendente fruto -sin duda- de la alucinación más o menos voluntaria.

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Los linces del futuro

Siempre ha habido, en particular en los países cristianos, que son los más conscientes de la realidad histórica, gente tan enamorada del pasado que creía ver su rastro en el paisaje presente, un poco como Don Quijote dice ver gigantes en los molinos manchegos. Pasear con uno de estos aficionados a las huellas pretéritas era y sigue siendo deambular por una fantasía que no había esperado a la realidad aumentada para repoblar a su gusto el paisaje, a veces con una elocuencia sorprendente fruto -sin duda- de la alucinación más o menos voluntaria.

Los ecologistas o naturalistas ingleses han llevado este amor a las reliquias un poco más lejos, y de las ruinas han pasado a las especies vivas. Parece que, 1.300 años después de su desaparición, van a conseguir que los linces vuelvan a correr por el bosque de Kielder, al norte, cerca de la frontera con Escocia. Mil trescientos años son muchos años, y como no sea en el plano del puro mito, no se sabe muy bien qué representan estos linces, a los que les deseamos, como es natural, la mejor de las fortunas.

Hace años las autoridades nacionalistas se empeñaron en repoblar el Pirineo catalán con unos osos soi-disant autóctonos (no sabemos si acabaron hablando catalán porque la colonia no prosperó), que fueron llevados allí con gran despliegue –y gasto- de personal, microchips y equipos de seguimiento. Es posible que los linces, que parecen más despiertos que los osos, ya se hayan aprendido de memoria los discursos patrióticos de Churchill, Margaret Thatcher y Boris Johnson y sepan recitarlos moviendo las orejas y en inglés del siglo VIII, para que los visitantes del parque les den un trozo de pastel de riñones –quiero decir de sándwich de pepino, porque serán linces veganos. O quizás no se trate de símbolos post Brexit, y nuestros linces lleguen a Northumberland, más simplemente, a consecuencia de un desmedido amor al pasado que en este caso, como en otros muchos, aspira a reconstruir algo que sólo existe en la imaginación de los alucinados de turno.

Claro que antes los restauradores se contentaban con objetos inanimados. Los (post)modernos, no. La historia ya no es cosa del pasado: ahora ocupa nuestro futuro. Y del mundo de las cosas hemos pasado a la vida. Ah, el sueño de crear de nuevo el universo… Ser Dios, aunque sea en el pequeño bosque de nuestra pequeña isla.

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