La tierra Amish
Los contrastes suelen ilustrar la realidad a menudo de forma dolorosa. Unos lejanos primos míos acostumbran a veranear todos los años en Lancaster, Pensilvania. Es una localidad relativamente famosa en América por la importante comunidad amish –y también menonita– que vive en sus alrededores y buena parte de su atractivo turístico reside en los restaurantes amish que pueblan el condado. Como es sabido, los Estados Unidos padecen una de las mayores tasas de obesidad en todo el mundo, algo que asimismo se percibe con claridad en Lancaster, al igual que en cualquier otra población del país. Pero no precisamente entre los amish ni entre los menonitas, que se dedican mayoritariamente a trabajos agrícolas o artesanales, realizados sin maquinaria, con sus propias manos. En las carreteras todavía se les puede ver en sus caballos y carretas, entre los coches de sus vecinos y de los turistas que se desplazan por la región. Se trata de un contraste curioso entre dos identidades, la antigua y la moderna, evidenciando que el mito del progreso no sigue una senda única. Junto a lo que se gana, también se pierde algo por el camino. Josep Pla ha escrito páginas luminosas al respecto.
Los contrastes suelen ilustrar la realidad a menudo de forma dolorosa. Unos lejanos primos míos acostumbran a veranear todos los años en Lancaster, Pensilvania. Es una localidad relativamente famosa en América por la importante comunidad amish –y también menonita– que vive en sus alrededores y buena parte de su atractivo turístico reside en los restaurantes amish que pueblan el condado. Como es sabido, los Estados Unidos padecen una de las mayores tasas de obesidad en todo el mundo, algo que asimismo se percibe con claridad en Lancaster, al igual que en cualquier otra población del país. Pero no precisamente entre los amish ni entre los menonitas, que se dedican mayoritariamente a trabajos agrícolas o artesanales, realizados sin maquinaria, con sus propias manos. En las carreteras todavía se les puede ver en sus caballos y carretas, entre los coches de sus vecinos y de los turistas que se desplazan por la región. Se trata de un contraste curioso entre dos identidades, la antigua y la moderna, evidenciando que el mito del progreso no sigue una senda única. Junto a lo que se gana, también se pierde algo por el camino. Josep Pla ha escrito páginas luminosas al respecto.
El retrato de la vida antigua nos conduce al tema de las identidades en un mundo líquido que desprestigia, a veces con excesiva ingenuidad, el valor de la cultura y de su orientación. Un ejemplo –de nuevo los contrastes– lo podemos encontrar en determinadas comunidades con una personalidad religiosa muy marcada, a menudo de signo conservador. Pensemos en los mormones o en los propios amish, que no dejan de ser grupos de éxito, al menos a nivel socioeconómico: trabajan duro, ahorran más, enferman menos –al seguir modos de vida más saludables– y sus tasas de criminalidad resultan menores. No son –no pueden serlo– una alternativa al mundo moderno, pero sí difieren en algunos de sus valores y no siempre –como podemos comprobar– de forma negativa. Supongo que es la consecuencia de contar con una identidad fuerte en un mundo ondulante. Y supongo que la pervivencia de estos grupos nos habla también de la importancia universal de pertenecer a una comunidad lo suficientemente cohesionada.