La gimnasia y la magnesia
En este páramo español la gimnasia fue no ha mucho un asunto extravagante. De niño, en un buen colegio, los alumnos practicábamos “gimnasia sueca” con la chaqueta y corbata de nuestro traje de diario. Tan rara era la actividad que se podía confundir la gimnasia con la magnesia.
En este páramo español la gimnasia fue no ha mucho un asunto extravagante. De niño, en un buen colegio, los alumnos practicábamos “gimnasia sueca” con la chaqueta y corbata de nuestro traje de diario. Tan rara era la actividad que se podía confundir la gimnasia con la magnesia.
Ahora contemplamos embelesados los triples saltos mortales de Simone Biles, la estrella de los Juegos Olímpicos, la gimnasta número uno del mundo. La chica es pequeña de estatura, no sigue la norma de las modelos, pero sus huesos parecen de goma y sus músculos de acero. Desafía con gracia la ley de la gravedad. El público se queda anonadado.
Estamos ante un típico producto típico del “sueño americano”, que consiste en llegar al ápice de la escala social desde el origen más humilde, ejercitando el espíritu de superación. En efecto, Simone es mujer, negra y proviene de lo que se llama un hogar desestructurado. No conoció a su padre, y su madre, alcohólica y drogadicta, la abandonó. Sus abuelos la recogieron e hicieron de magníficos padres adoptivos, de verdaderos padres. Luego se introdujo la oportunidad de la escuela norteamericana, donde se revelaron las extraordinarias dotes físicas y mentales de la muchacha. Se me olvidaba decir lo que ella ha dejado caer con naturalidad: que va a misa y reza el rosario. Imagino que, a partir de ahora, la práctica del rosario entre los católicos se convertirá en un signo de personalidad.
“Nada triunfa tanto como el éxito”, dicen los norteamericanos. Claro, que el éxito viene dado hoy por los medios de comunicación, convertidos en grandioso y universal espectáculo. No otra cosa son los Juegos Olímpicos. Los de Rio van a ser los Juegos de las mujeres, también de las españolas. Es el verdadero progreso.