El menos mayor de dos males mayores
Deben de andar los republicanos a estas horas arrepintiéndose de no haber escogido como candidato a la presidencia a alguien levemente, sólo levemente, más presentable que Donald Trump. Marco Rubio, por ejemplo, que podría celebrar hoy su más que previsible victoria frente a una Hillary Clinton cuya capacidad para autoboicotear su propia campaña merecería una tesis doctoral.
Deben de andar los republicanos a estas horas arrepintiéndose de no haber escogido como candidato a la presidencia a alguien levemente, sólo levemente, más presentable que Donald Trump. Marco Rubio, por ejemplo, que podría celebrar hoy su más que previsible victoria frente a una Hillary Clinton cuya capacidad para autoboicotear su propia campaña merecería una tesis doctoral.
He explicado ya en algún artículo el truco que emplea una amiga ilustradora que trabaja para el sector editorial infantil para esquivar la censura de sus editores. El truco consiste en dibujar en algún rincón de la ilustración a un negro barriendo. El editor se centra entonces en el negro que barre, una imagen impublicable según todos los estándares de la corrección política moderna, y se relaja con otros detalles absurdos de la ilustración como el hecho de que las niñas vistan o no de rosa.
La táctica de Trump ha sido la contraria. Abarrotar la campaña de mentiras, insultos, desprecios, fanfarronadas y mentecateces para saturar la capacidad de asimilación de hasta el más dispuesto de sus detractores. Cuando has frito el radar de tus enemigos con toda clase de señales de alerta, ¿qué importancia tiene una más? Trump es el troll electoral perfecto. ¿Quieres carnaza? Tómala toda.
Por supuesto, para combatir a un personaje que ha hecho del exceso y del sincomplejismo un arte sólo hay dos opciones: situarte a su nivel y pasar a la historia como uno de los dos responsables de que el nivel de la vida política estadounidense descienda hasta alturas de vuelo gallináceo o actuar con naturalidad y transparencia confiando en que la sensatez de los electores predomine sobre la parte más primitiva de su cerebro.
Hillary Clinton ha escogido la tercera vía: la de la artificiosidad y el oscurantismo. Qué sorpresa que sus niveles de popularidad sean casi tan desastrosos como los de su contrincante. En las próximas elecciones estadounidenses los electores no van a escoger el mal menor sino el menos mayor de dos males muy mayores. Seguro que muchos de ellos sueñan ahora con un Rubio-Sanders. Haberlo pensado antes.