Las series ya no son lo que eran
Durante unos años solo se podía hablar de series. Recuerdo una comida con varios intelectuales que solo se animó de verdad cuando salió el tema. Al final, dos de los más célebres intercambiaron varios DVD piratas. En una conversación con varios jóvenes, un ensayista se quejaba de que el arte no había aportado nada realmente bueno desde el periodo de entreguerras, y eso siendo generosos. Desdeñaba sin entrar en detalles a Faulkner, Fellini y Lucian Freud, pero salía de su apatía al comentar giros de la trama de series de televisión.
Durante unos años solo se podía hablar de series. Recuerdo una comida con varios intelectuales que solo se animó de verdad cuando salió el tema. Al final, dos de los más célebres intercambiaron varios DVD piratas. En una conversación con varios jóvenes, un ensayista se quejaba de que el arte no había aportado nada realmente bueno desde el periodo de entreguerras, y eso siendo generosos. Desdeñaba sin entrar en detalles a Faulkner, Fellini y Lucian Freud, pero salía de su apatía al comentar giros de la trama de series de televisión.
Yo había visto muchas series desde niño, pero eran algo que estaba en la tele, no un objeto habitual de conversación seria. Salías, te perdías un capítulo y no pasaba nada. La nueva forma de consumo era distinta: lo ideal era verlo con tu pareja, quizá en atracones de fin de semana. Como decía Félix Romeo, no hay tantas cosas que hacer juntos, y ver series parecía una actividad bien diseñada. Un grave ejemplo de deslealtad era avanzar en la serie mientras tu pareja estaba fuera.
Las series tenían otras ventajas. En muchas conversaciones, era difícil que todos los participantes hubieran visto la misma película o leído el mismo libro, pero en las series el canon, a diferencia de lo que pasa con la música, el cine o la literatura, era todavía abarcable.
Surgieron expertos que destacaban la osadía de algunas series, el paso del clasicismo al manierismo. Se discutían las referencias filosóficas, la vocación de realismo, el retrato del sistema, la visión de la política. David Simon venía a España, decía que había que hacer películas de la guerra civil y la gente pensaba que era una buena idea: ¿cómo no se le había ocurrido a nadie antes?
Los líderes políticos cool hablaban de series. Algunos coordinaban libros sobre series que supuestamente explicaban sus ideas políticas y parecían caer en un bovarismo televisivo. Los analistas empleaban analogías con series. Los periódicos empezaron a sacar listas y explicaciones de series. No se podían ver en España legalmente, pero ya sabíamos cuál era decepcionante.
Billy Wilder decía que antes el cine era lo peor y que menos mal que se inventó la televisión. Como suele ocurrir, el proceso ha seguido y tras la denigración vino el ascenso: según gente bien informada, ahora Shakespeare no escribiría teatro o cine (lo que se decía antes que escribiría) sino televisión; el cine ha muerto y solo está en la HBO.
A veces se pasaba por alto que muchas de las innovaciones eran traslaciones de cosas que ya habían hecho otros medios narrativos, y que las técnicas del folletín siguen siendo el artificio más común. Sabíamos que lo que de verdad quiere escribir un novelista no es una novela, sino una buena serie.
Quizá solo es que he cambiado de amigos, o que mis amigos han cambiado de conversación, pero me parece que noto menos esa efervescencia y he leído textos donde se hablaba del fin de una edad dorada. El otro día, incluso, se habló de un libro en una cena. Eso no significa que no sigamos viendo y recibiendo la influencia del medio, que no nos apasionen las novedades o que no se sigan haciendo series excelentes, quizá mejores. Pero quizá, dentro de poco, las podamos ver con la tranquilidad melancólica con que vemos las demás artes: convencidos de que ya no se hacen series como las de antes.