Apuntes sobre el acoso escolar
Ciberbullying no es el antagonista de la nueva saga de Star Wars ni la última creación del mercado tecnológico. Nada de eso. Ciberbullying es el mote con el que han dado los expertos para nombrar al acoso escolar, un problema de la educación que llevamos años viendo por la tele. Tantos como sin hacer nada serio al respecto, sin plantearnos salidas, soluciones; sin abordar el drama desde dentro: en las instituciones, en las aulas, en los despachos. Parece que hubiese un silencio pactado, un silencio de vergüenza al que nadie diese importancia, y no porque no la tuviese, sino por miedo a averiguar la envergadura de la tragedia en la sociedad. El ninguneo del que no se atreve a mirar a los ojos. El ninguneo cómplice del que prefiere apartar la cabeza para otro lado. De todo esto saco unos breves apuntes.
Ciberbullying no es el antagonista de la nueva saga de Star Wars ni la última creación del mercado tecnológico. Nada de eso. Ciberbullying es el mote con el que han dado los expertos para nombrar al acoso escolar, un problema de la educación que llevamos años viendo por la tele. Tantos como sin hacer nada serio al respecto, sin plantearnos salidas, soluciones; sin abordar el drama desde dentro: en las instituciones, en las aulas, en los despachos. Parece que hubiese un silencio pactado, un silencio de vergüenza al que nadie diese importancia, y no porque no la tuviese, sino por miedo a averiguar la envergadura de la tragedia en la sociedad. El ninguneo del que no se atreve a mirar a los ojos. El ninguneo cómplice del que prefiere apartar la cabeza para otro lado. De todo esto saco unos breves apuntes.
El primero es el de la dimensión. Las medidas del problema. El acoso escolar es la adversidad primera. La desnudez total de la inocencia. El fracaso emocional de quien, hasta entonces, solo ha conocido el juego, la imaginación, la ingenuidad, los días discurriendo sin más gravedad que la de su propia rutina, la de sus propias tareas. Demasiado injusto. Según un estudio elaborado por la Fundación Anar, un 10 % de los niños españoles han tenido intención de suicidarse. Pensamiento de suicidio en alguien que aún sueña con hacer de Batman en las calles del barrio.
El segundo es el de ese afán tan cobarde como estúpido de no llamar a las cosas por su nombre. Una conducta que se repite hasta la saciedad en ciertos ambientes de la educación y de la enseñanza. Maquillar la tragedia para que suene menos cruel, menos verdadera. Cortina de humo para no levantar sospechas, pues no somos capaces de soportar el relato de este abuso. Hay veces en que los adultos se esfuerzan más de lo debido en ser niños.
El tercero es el de comprobar cómo el avance de las nuevas tecnologías nunca proporcionará el progreso, digamos, humanista. O cómo la humanidad evoluciona a un ritmo envidiable en la maquinaria, la robótica, el utensilio, y sin embargo abandona, o al menos descuida, la prosperidad de los valores, de esa voluntad santa con la que nos iluminó Kant hace un par de siglos.