Colombia: Jugar con fuego en procesos de paz
El resultado del plebiscito en Colombia, con una victoria ajustada e inesperada del NO, sume en la depresión a los partidarios del refrendo de los Acuerdos de La Habana. No obstante, la votación ha sido tan pareja que, muestras de tristezas y alegrías aparte, hacen casi imposible una vuelta al punto de partida inicial de hostilidades. Los acuerdos serán el núcleo de cualquier futuro pacto, sea tras renegociación o Asamblea Constituyente. Y es impensable que las FARC (que en Twitter han asumido un tono conciliador tras conocer el resultado) interpreten esta derrota como una señal distinta de que, lejos de dar por muerto los acuerdos, han de profundizar en ellos sin sobreactuaciones ni contriciones de última hora. Dependerá también de la diplomacia que decidan mostrar los vencedores de hoy.
El resultado del plebiscito en Colombia, con una victoria ajustada e inesperada del NO, sume en la depresión a los partidarios del refrendo de los Acuerdos de La Habana. No obstante, la votación ha sido tan pareja que, muestras de tristezas y alegrías aparte, hacen casi imposible una vuelta al punto de partida inicial de hostilidades. Los acuerdos serán el núcleo de cualquier futuro pacto, sea tras renegociación o Asamblea Constituyente. Y es impensable que las FARC (que en Twitter han asumido un tono conciliador tras conocer el resultado) interpreten esta derrota como una señal distinta de que, lejos de dar por muerto los acuerdos, han de profundizar en ellos sin sobreactuaciones ni contriciones de última hora. Dependerá también de la diplomacia que decidan mostrar los vencedores de hoy.
Es lícito preguntarse cuánto ha pesado en el ánimo de esos 50 mil electores de diferencia, o en el del 60% de los abstencionistas, o en elector urbano que hace años que no sufre la guerra, el festival con aires de Woodstock en el que las FARC celebraron y ratificaron los acuerdos a finales de septiembre, así como otras sobreactuaciones de la guerrilla durante las conversaciones. Cuesta aún entender a muchos el efecto amplificador de estos hechos con las redes sociales e internet, la falsa sensación de intimidad de nuestros comportamientos, y la hipersensibilidad de los electorados con la profusión de medios y la cultura del “clic-indignación-retuit”, más aún tras años de guerra. La indiscreción se paga como nunca en las democracias posmodernas. Habría valido más a las FARC la austeridad comunicativa que la retransmisión almibarada de su alegría y su perdón.
Más aún con líderes populistas y populares al acecho. Y Uribe es ambas cosas. El referéndum era la mejor herramienta para su liderazgo emocional y caudillista, y Santos se lo entregó en bandeja e innecesariamente. Porque, si bien los acuerdos exigían reformas constitucionales, éstas sólo eran necesarias en un momento posterior. Santos debió haber asumido la decisión y, con sus frutos, haber pedido el refrendo con garantías de ganarlo. No al revés. Uribe se reivindica, hasta el punto de hacer concebible que, en la hipotética propuesta futura de reforma constitucional o Asamblea Constituyente, se incluya la posibilidad de que pueda presentarse de nuevo a la Presidencia.
La verdadera incógnita de fondo es, ¿realmente podía el Secretariado de las FARC-EP hacer alguna concesión más? Difícil de saber, pero el riesgo de indisciplina, escisión, microcartelización de bandos disconformes por el excesivo precio penal, era muy alto. Y estaba muy medido por el Gobierno. El escenario mexicano de violencia generalizada y acéfala es el que han tratado de evitar a toda costa los funcionarios colombianos. El intercambio de experiencias y consejos ha sido permanente entre un país y otro durante estos años. Un enemigo con el que negociar durante una guerra es una paradójica suerte que para sí quisieran muchos gobiernos latinoamericanos carcomidos por el narco y su poder corruptor. No sólo México. Vean Centroamérica, Argentina, Brasil, Paraguay. O la propia Colombia, donde los herederos de los paramilitares colombianos, las bandas criminales o BACRIM, se han hecho fuertes y amenazan la estabilidad colombiana a medio plazo al modo mexicano.
El narco es un negocio boyante y en forma (las áreas cultivadas han aumentado este año en Colombia), y ha funcionado como chantaje (suponemos que tácito) ante los negociadores. Para muchos frentes era preferible la ilegalidad, la guerra de baja intensidad pero con negocio, a una paz que implicase penas de cárcel importantes. De la respuesta a esta pregunta y de su análisis y asunción por los partidarios del NO, dependerá el futuro de estos y otros acuerdos de paz en Colombia. En contexto negociadores, quien tiene el poder suele ser más generoso que quien lo pretende. Con el referéndum, el poder simbólico queda más equilibrado, y esto no tiene por qué ser una mala noticia en una sociedad tan dividida.
A la espera de la respuesta a esta pregunta clave y de saber qué ocurre con la guerra y la paz a corto plazo, lo que es seguro es que el resultado cambia por completo el panorama político que se preveía para la próxima década. El jefe negociador, Humberto de la Calle, estaba ya rodeado de la auctoritas presidencial. ¿Quién mejor que él, que lo ha sido todo en la política colombiana reciente, para gestionar sus propios acuerdos? Uribe y el Centro Democrático seguirían en una oposición fuerte y ruidosa pero, a fin de cuentas, siempre a las puertas de un poder que no conseguirían. Y este esquema de estabilidad sí queda invalidado. El oficialismo habrá de buscar alternativas entre los menos entusiastas por el SÍ de su bando (¿quizá el anterior ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, actual embajador en EE.UU.?), y el uribismo, como antes se ha mencionado, tiene la fuerza suficiente como para hacer aún más competitivo a su candidato, sobre todo si es el propio Uribe.
De modo que el plebiscito supone no tanto un rechazo del acuerdo, como una redefinición del panorama político y de sus actores. No tanto un cambio de libreto como de intérpretes. Y, tratando de ser optimista, quizá sea esto una condición de posibilidad para la feliz consecución de lo esencial de lo pactado. Ya en las pasadas elecciones presidenciales quedó claro que el uribismo representa la mitad del país que va a las urnas, y parece difícil que, aunque hubiera ganado el SÍ con estrecho margen, se hubiera podido llegar lejos sin la aquiescencia de estos sectores sociales y políticos, hasta ahora enrocados en su rechazo. Si la cercanía al poder supone la implicación de Uribe y los suyos en el proceso, ya estarán haciendo política y haciendo irreversibles los pasos que se den.
Los acuerdos no mueren definitivamente. Lo que cambia es quién aplicará lo esencial de ellos tras aspavientos, amenazas y cambios de nombres para referirse a gran parte de lo ya pactado. Uribe le ha ganado la partida personal a Santos, y bien jurada que se la tenía a su “ministro de Aprovechamiento Político”, como lo calificó poco después de entregarle el poder. Esperemos que no a costa de los colombianos, y que por tanto sea capaz, llegados a este punto, de ganarle también la partida política. No parece que haya otra opción de éxito para lo fundamental de los acuerdos.