La democracia es para perdedores
La penúltima de Donald, dando a entender que podría no aceptar los resultados de las elecciones si las pierde, me ha recordado el discurso que más me ha impresionado: el discurso con el que John McCain reconocía, precisamente, su derrota frente a Obama. Un discurso impresionante porque, para muchos, la derrota de McCain era histórica en más de un sentido. No sólo porqué histórica fuese la victoria de Obama, sino porque McCain y lo que McCain representaba parecían haber sido derrotados por la historia. Y, gracias tanto a Obama como a Trump, lo sigue pareciendo. Lamentablemente, claro.
La penúltima de Donald, dando a entender que podría no aceptar los resultados de las elecciones si las pierde, me ha recordado el discurso que más me ha impresionado: el discurso con el que John McCain reconocía, precisamente, su derrota frente a Obama. Un discurso impresionante porque, para muchos, la derrota de McCain era histórica en más de un sentido. No sólo porqué histórica fuese la victoria de Obama, sino porque McCain y lo que McCain representaba parecían haber sido derrotados por la historia. Y, gracias tanto a Obama como a Trump, lo sigue pareciendo. Lamentablemente, claro.
Con este discurso dió una gran lección a parte de su público, que gritaba y silbaba al ganador, y al que McCain hizo callar como si fuese el mismísimo Pujol y encima sin gritar. Y al propio Obama, que minutos después se presentaría como la medida y condición de la grandeza de América y que no ha dejado de hacerlo desde entonces. El discurso de McCain fue una lección de grandeza para todos ellos, para todos los que no entienden la nobleza que ofrecen algunas derrotas: ya sea porque no contemplan nada más noble que su propio éxito, ya porque creen que su derrota sería, nada más y nada menos, que la derrota de todo lo cierto, bello y noble que hay en el mundo.
De hecho, uno de los momentos más bajos y por eso más significativos de la campaña fue cuando Donald despreció a John McCain como héroe de guerra porque a él le gustan los que no se dejan capturar. A Donald le gustan los ganadores. Y quizás esta retórica del ganador, esta apologia del hambre insaciable de éxito, que es de Donald pero que no es sólo suya y que por eso es tan dañina, tiene el coste de hacer insoportable la derrota. Y, con ella, la democracia misma.
Porque la democracia no es solo el método menos sangriento de acceder al poder, sino de perderlo. La democracia es para perdedores, porque está pensada para que ellos y los suyos puedan seguir conservando el cuello y la dignidad a pesar de haber perdido el poder. Basta con agradecerles los servicios prestados, porque con su ejemplo y sus convicciones, los perdedores han ayudado a hacer que este país sea cada día un poquito mejor.
“The failure is mine”, dice McCain. Y no del sistema, de la justícia, del pueblo o de la historia. “The failure is mine” para recordar a tantos, también a tantos de estos derrotados por el sistema que ahora votan a Trump, que hay cosas mucho peores que la derrota. Una lección de humildad de quien sabe que todo esto se basa en que nadie sea más importante que el sistema. Un discurso que nos recuerda que el Presidente que más echaremos de menos también podría ser el peor de todos porque es el que más huérfanos nos deja. Que por eso no debemos temer sólo a los malos gobernantes sino también a los demasiado buenos. Y que esta es precisamente la poética de la limitación de mandatos: apiádate de los perderores, les dice a los candidatos, no seas el glotón que de tanto amar el poder sólo se lo parta con la tumba.