Socialdemocracia y prensa: un reto compartido
El británico The Economist ha tenido a bien publicar un revelador gráfico que recoge el apoyo que las principales cabeceras norteamericanas han brindado a los candidatos a las elecciones presidenciales desde 1988 hasta hoy. Si bien desde Bill Clinton los demócratas siempre han aunado mayores simpatías entre la prensa, ha existido a lo largo del periodo una disparidad notable en las preferencias de los rotativos. Hasta Donald Trump. De las 72 cabeceras analizadas por el semanario londinense, sólo una apoya abiertamente al candidato republicano a la Casa Blanca.
El británico The Economist ha tenido a bien publicar un revelador gráfico que recoge el apoyo que las principales cabeceras norteamericanas han brindado a los candidatos a las elecciones presidenciales desde 1988 hasta hoy. Si bien desde Bill Clinton los demócratas siempre han aunado mayores simpatías entre la prensa, ha existido a lo largo del periodo una disparidad notable en las preferencias de los rotativos. Hasta Donald Trump. De las 72 cabeceras analizadas por el semanario londinense, sólo una apoya abiertamente al candidato republicano a la Casa Blanca.
No es aventurado concluir que, a sabiendas de la ajustada contienda entre el magnate y Hillary Clinton, los ciudadanos estadounidenses están dando la espalda a la prensa, pues lo que ésta secunda queda muy lejos de hallar una traducción exacta en las preferencias de los votantes.
El pasado jueves asistí a una charla organizada por la plataforma Deba-t en la que se habló, entre otras cosas, de la crisis de la socialdemocracia. Participaba en ella el director adjunto del diario El País Lluís Bassets, quien destacó el papel del periodismo en la escena global y sentenció: “la prensa escrita es la socialdemocracia de la información”. El proyecto socialdemócrata en las sociedades occidentales es, en términos electorales, el mayor damnificado por la aparición de los populismos -basta comprobar, un poner, la procedencia de los apoyos a Marine Le Pen en Francia-. Los ciudadanos ya no encuentran satisfactorias las soluciones que nacen de un modelo social que combina la economía de mercado con el Estado del bienestar y son seducidos por discursos que colocan a la socialdemocracia como corresponsable inmediato del desastre nacional que predican.
Todo esto no es demasiado distinto a la demonización de las grandes cabeceras de la prensa escrita que se viene consolidando también a partir del surgimiento del relato populista. La ola anti-establishment –ni siquiera el corrector marca ya la palabra como incorrecta- sitúa a los medios de comunicación en su campo por arrasar: las instituciones. La prensa escrita vive un sempiterno proceso de transformación, de búsqueda de modelo de negocio y padece también la falta de capacidad para conectar con un público absorto en nuevos formatos. Pero su mayor reto es el mismo que el de la socialdemocracia. Ambas forman parte de un consenso que el populismo –sea cual sea su signo- desea demoler.
Por eso son abundantes los denuestos de muchas fuerzas políticas a los grandes rotativos. Hablamos de las fervientes críticas de Trump a la libertad de expresión, pero también de la UKIP británica señalando a periodistas del Times o de las reiteradas descalificaciones de Pablo Iglesias al grupo PRISA, a las que el declarado socialdemócrata Pedro Sánchez debería pensar dos veces si quiere sumarse. Por lo que está en juego.