Fuera del mundo
Nunca ha habido mejor ‘situación de escucha’ de Leonard Cohen que la que creaba el Loco de la Colina en la radio. Jesús Quintero se hizo luego famoso en la tele, y ahora aparece en la prensa porque está arruinado. Pero a principios de los ochenta era el rey. Se conocía solo su voz. Su voz en la noche.
Nunca ha habido mejor ‘situación de escucha’ de Leonard Cohen que la que creaba el Loco de la Colina en la radio. Jesús Quintero se hizo luego famoso en la tele, y ahora aparece en la prensa porque está arruinado. Pero a principios de los ochenta era el rey. Se conocía solo su voz. Su voz en la noche.
Se habla aún de “la magia de la radio”, pero poca magia queda en unas emisoras cuya promoción se hace con las fotos y los vídeos de sus locutores. Ahora a las voces va adosada una jeta, no siempre agradable. Y aunque resulte agradable, se suma a aquello que Baudelaire llamaba “la tiranía del rostro humano”. Durante años no fue así. Las voces flotaban exentas, como una variante de humanidad cuya esencia estuviese en la atmósfera.
A mis quince, a mis dieciséis años apagaba la luz y encendía la radio. Con un fondo de noche, fuera del mundo, con los ojos cerrados, escuchaba al Loco de la Colina. Sonaban sus predicaciones ateas, románticas. Sonaban sus entrevistas. Pasaron todos los personajes de la época. Una noche habló con Borges, en directo. Otra Charo López hizo un striptease que Juan Cueto retransmitió (esto recordaba: pero veo ahora que fueron Rosalía Dans y Sánchez Dragó). Había silencios, había cigarrillos: había humo.
Sonaba su música. “The fool on the hill”, de los Beatles. “Michelle”. Paco Ibáñez, que entonces todavía sonaba limpio. Y de Leonard Cohen, muchas, muchísimas veces, “Suzanne”.
Algunas noches iba el poeta José María Álvarez a hablar y a recitar sus poemas: “Oh Melancolía / bailo contigo cuando bailo solo / Estamos siendo exterminados / […] Beber la última copa / a la salud de Billie Holiday / Y esperar a que la policía / tire la puerta y me sorprenda / muerto”.