El cuco
El lasextismo quedó retratado en toda su gloria este domingo, cuando Jordi Évole presentó a un proveedor random de una gran cadena de supermercados random, probablemente una de las ocupaciones más plácidas y lucrativas de este país, con el rostro oculto y la voz distorsionada como si fuera un testigo protegido de los carteles de la droga mejicanos. Ya ven, ¡en España! Ese país donde los proveedores de cogollos de Tudela aparecen, semana sí semana también, emasculados y colgados de un puente por los sicarios de grandes empresarios valencianos del sector de la alimentación.
El lasextismo quedó retratado en toda su gloria este domingo, cuando Jordi Évole presentó a un proveedor random de una gran cadena de supermercados random, probablemente una de las ocupaciones más plácidas y lucrativas de este país, con el rostro oculto y la voz distorsionada como si fuera un testigo protegido de los carteles de la droga mejicanos. Ya ven, ¡en España! Ese país donde los proveedores de cogollos de Tudela aparecen, semana sí semana también, emasculados y colgados de un puente por los sicarios de grandes empresarios valencianos del sector de la alimentación.
Ese baratísimo efectismo fallero, que en una facultad de periodismo sería el hazmerreír de los estudiantes de primer curso, pretendía pasar por periodismo arriesgado y a contracorriente cuando ni siendo benevolente pasa de pan y circo. En el mejor de los casos, entretenimiento y propaganda para los consumidores habituales de ese tipo de producto prefabricado en el que el carro (las conclusiones) siempre va delante de los bueyes (la investigación).
Está de moda ese postmodernismo banal que utiliza la metáfora de la selección natural para defender la sustitución de determinados productos culturales (el periodismo) por otros productos culturales (en este caso La Sexta, pero también las redes sociales o la posverdad) supuestamente más adaptados al medio y, por lo tanto, más aptos para la supervivencia. Pero la metáfora no sería tanto la de la selección natural como la del parásito.
Y más concretamente la del cuco. Porque eso es La Sexta. Un cuco en el nido del periodismo. Un cuco que durante un tiempo ha adoptado los formatos y la apariencia del periodismo (las entrevistas, la investigación, las tertulias, los expertos invitados, los informativos, la pretensión de objetividad, el análisis en profundidad), que se ha alimentado de este mientras aún era débil, que ha expulsado a sus “hermanos” del nido y que, una vez cebado y rollizo, cuando doblaba ya en tamaño, ingresos y clientes a la especie parasitada, ha emprendido el vuelo sin mirar atrás.
Por supuesto, nada que objetar al respecto. La Sexta ha buscado su nicho de mercado, publicitado su producto y si el público lo ha comprado en detrimento del producto original parasitado, ¿qué más da que por el camino haya tergiversado el concepto original del periodismo? No se trata de purismo sino, por seguir con su propia metáfora, de una barrera de hibridación. Puede que La Sexta descienda del periodismo. Y puede que La Sexta se haya adaptado mejor al medio que este. Pero ya es una especie diferente. Si cruzamos al periodismo con La Sexta, la descendencia será estéril. Y si dejamos pasar unos cuantos años más, ni siquiera será fisiológicamente posible el apareamiento.
Así que la queja no va dirigida al cuco sino más bien a la especie parasitada. Al periodismo. Porque es este el que, por un corporativismo un poco panoli, por interés coyuntural o por simple tontería le ha hecho el caldo gordo al cuco y lo ha cebado mientras ponía su mejor cara de pagafantas. El periodismo debe de ser uno de los pocos sectores económicos que dedica buena parte de sus recursos, de su tiempo y de su espacio a hacerle publicidad a sus más directos competidores. Eso cuando no les regala, directamente, sus contenidos.
Y si eso no se entiende, y rápido además, ya podemos dar por finiquitado al periodismo.
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