THE OBJECTIVE
Aurora Nacarino-Brabo

Feminismo en bragas

Mi padre conoció el feminismo de forma abrupta. Un día, siendo pequeño, regresó del colegio y se encontró a su madre en ropa interior. No se trataba de algo habitual y tampoco parecía transitorio. La abuela Carmela no se disponía a cambiarse de atuendo o a vestirse. Aquello era una performance. Un acto individual y doméstico de protesta. ¿Contra qué? Contra su marido, claro. Al parecer, el abuelo Mario tenía la costumbre de quitarse la ropa al llegar a casa, pasando el resto del día en camiseta interior y calzoncillos. Y a la abuela le parecía mal. Decía que no era de recibo. Que qué mal gusto. Que y si venían visitas. Su queja era antigua y conocida, pero no había servido de nada. Así que decidió ir más lejos: si el abuelo lo hacía, ella también lo haría. Y en esas la encontró mi pasmado padre. En bragas y «sostén».

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Feminismo en bragas

Mi padre conoció el feminismo de forma abrupta. Un día, siendo pequeño, regresó del colegio y se encontró a su madre en ropa interior. No se trataba de algo habitual y tampoco parecía transitorio. La abuela Carmela no se disponía a cambiarse de atuendo o a vestirse. Aquello era una performance. Un acto individual y doméstico de protesta. ¿Contra qué? Contra su marido, claro. Al parecer, el abuelo Mario tenía la costumbre de quitarse la ropa al llegar a casa, pasando el resto del día en camiseta interior y calzoncillos. Y a la abuela le parecía mal. Decía que no era de recibo. Que qué mal gusto. Que y si venían visitas. Su queja era antigua y conocida, pero no había servido de nada. Así que decidió ir más lejos: si el abuelo lo hacía, ella también lo haría. Y en esas la encontró mi pasmado padre. En bragas y «sostén».

Aquello del igualitarismo le debió de quedar grabado a fuego. Así que yo no supe lo que era el feminismo hasta que fui muy mayor. No lo supe porque no era consciente de que las mujeres se encontraran en una situación de discriminación. Mis padres habían estudiado una carrera, trabajaban, cocinaban o conducían por igual. Juego al fútbol desde que tengo recuerdos, y todos mis hermanos y yo, dos niños y dos niñas, practicamos deporte de competición. Jamás tuve la impresión de que un niño pudiera hacer algo de lo que yo no era capaz, o de que podría existir algo parecido a un techo de cristal. Me habían educado para que llegara tan lejos como mi talento y mi esfuerzo determinaran.

Pero, cuando uno crece, va descubriendo la realidad. La primera extrañeza la encontré en el lenguaje que usaban otros niños. Me chocaba que dijeran “el coche de mi padre”, para referirse al coche familiar. O que siempre pidieran dinero a su padre en caso de necesitarlo. No he dejado de creer que una mujer puede llegar tan lejos como se proponga, pero ahora soy consciente de que tendrá que esforzarse más que un hombre. Será una lucha ardua, pero estoy convencida de que habrá un día en que las mujeres ocupen tantos puestos políticos como los hombres y se contarán de forma paritaria entre los directivos de las grandes empresas. Ese día llegará aunque Pablo Iglesias diga que no es lo más importante. Aunque asegure que lo relevante es cuidar como solo cuidan las madres.

Hace muchos años, mi abuela se manifestó por la igualdad en bragas. En la igualdad me educaron mis padres. Y la igualdad sigue siendo la conquista pendiente. Y ningún partido que la desprecie puede llamarse progresista.

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